Antes de aceptarlo, buscó su mirada.

—¿No vas a detenerte esta vez?

La mirada del Alfa se dulcificó. Deseo tener cordura suficiente para explicarse, pero en las garras y en los colmillos sentía el cosquilleo precursor del crecimiento. No había tiempo para explicar o pedir perdón. Los hechos hablarían.

A pesar del frío y de la inminente follada de pie contra el tronco rasposo de un árbol, para Miden era un momento hermoso, lejos de la sordidez que envolvió su primer encuentro. Sin testigos, lejos incluso de Sax. Hadrien se esforzaba por entrar en su cuerpo, pero no iba a ser fácil.

—Esto tendrá que doler, ¿cierto? —preguntó con resignación, tratando de aceptar su destino.

Hadrien se detuvo. No era y nunca sería una bestia. O lo era, tal vez un poco. Y esa bestia frustrada elevó el rostro para rugirle al cielo. Parecía más grande, más cercano a lobo que a hombre, tan parecido al Madow que lo rescató de aquella sala de marcaje, que Miden no pudo evitar temblar. La cosa imponía. Asustaría a veinte más valientes que él.

Sin subir esos pantalones que parecían confeccionados en el paleolítico, Hadrien se lo echó al hombro y corrió hasta el improvisado campamento. Miden se estaba cansando de ser llevado como paquete por aquellos enormes sujetos, pero al parecer, para ellos era lo más práctico.

Llegaron a los pies de una elevación rocosa y vieron una pequeña cueva. Los renegados estaban amarrados a un árbol y seguían durmiendo. Hadrien, amenazante, gruñó a sus compañeros.

Miden, con el trasero al aire, preguntó con un tono ligero.

—¿De casualidad tienen lubricante?

Konrad no pudo contener la risa, aunque para que nadie se sintiera ofendido, se tapó el rostro con la mano y solo el movimiento de sus hombros delataba su diversión. El viejo, con una sonrisa más discreta y la mirada en el piso, sacó algo de una maleta a su lado y lo lanzó a Hadrien.

Este se giró para no ser golpeado, luego le gruñó aún más.

—Hadrien —dijo Miden—, eso lo necesitamos. Levántalo, por favor.

—Vayan ahí, hemos acondicionado... —Konrad dejó de hablar al sentir la atención de mirada amarilla; una advertencia para no hablar con su Omega, no verlo desnudo, no hacer ningún movimiento.

Hadrien levantó la botella y entró en la cueva, que tal vez así a la pequeña oquedad de roca era exagerar demasiado; apenas tres o cuatro metros de profundidad, parecía más bien un tejado. Carecía de dos paredes. Pero el suelo estaba seco y sobre la roca colocaron mullidos sacos de dormir. Al fondo, bien protegido del viento, había fuego que daba bendito calor y el humo se disipaba bien.

En cuanto Miden tocó tierra no perdió tiempo. Se ocupó de su propia dilatación mientras acariciaba a Hadrien y lo besaba, tratando de darse unos minutos para prepararse. Su Alfa se contuvo hasta que Miden estuvo listo, aunque parecía chisporrotear de puro deseo. Aún con toda la preparación del mundo, aceptar al hombre era condenadamente difícil. No hablaron hasta acoplarse.

Y después tampoco. Hadrien se volvió loco por primera vez con Miden. Completamente entregado, tan diferente a aquella primera vez en la que solo lo usó para su propia satisfacción, sin tomarlo en cuenta. Había una necesidad de posesión por parte de Hadrien que Miden no había sentido antes. La atención del hombre —un tanto lobuno todavía— era total en el acto que compartían.

Mientras el apareamiento avanzaba, Hadrien se volvió muy cariñoso; acariciaba el cuerpo delgado por debajo de las ropas que no le quitó, susurraba palabras de posesión y devoción en su oído y todo mientras crecía en su interior, tan demoledor como siempre, saturándolo de placer y más, rebasando, excediendo, poniendo en riesgo su razón, haciendo que Miden al cerrar los ojos viera blanco y gritara sin pudor alguno; un pulso continuado de innegable dolor y una corriente fuerte y constante de éxtasis, sobreponiéndose a todo.

Lobo Perdido Libro 2Where stories live. Discover now