5. Malos presagios

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Observó el edificio con algo de melancolía. Tenía miedo entrar ahí y toparse con los recuerdos que se mezclaban con sus confusas emociones. Ver a su familia, aquellos que hasta hace poco eran fantasmas del pasado y haber vivida una aventura con ellos.

Su estudio era un lugar lleno de significado, algo tan íntimo y personal, que se mantenía como el único lugar que lograba darle calma. Nadie, ni siquiera Mar había estado dentro, era un lugar tan importante como su propia alma. La única persona que conocía el interior de su estudio era Antón, su socio, pues era quien movía su arte para venderlo y quien valoraba las mejores piezas para las exposiciones privadas.

Entró a su estudio. No había realmente nada ostentoso, en la parte del fondo había un ventanal que cubría toda la pared con cristales verdes, cristalinos y amarillos que daban una vista magnífica a las orillas de la seine., su cama estaba elevada sobre un escalón del resto del suelo, justo en medio de la pared de cristal, el resto de la habitación era cuadros a medio terminar y lienzos en blanco, hojas con dibujos, garabatos o trazos sin sentido que realizaba cuando se frustraba.

Los artículos de cocina y aseo los mantenía detrás de una cortina para evitar distracciones. Solo tenía lo esencial y el lugar era austero, pero muy iluminado. Realmente solo tenía lo que se requería para estar cómodamente en soledad por algunos días; claro, hasta que sus obligaciones la hacían salir a cumplir con la sociedad.

Era Antón quien por lo regular le traía un par de provisiones para que se mantuviera alimentada en esos días o semanas de reclusión. Quesos, carnes preservadas, sopas y, por supuesto, vino. Mucho vino.

Observó una de sus obras, una con un contexto particularmente oscuro, tenía una lista de clientes, unos más extravagantes que otros. Pero era su estilo, Gardien Gallagher era su seudónimo, su otra identidad y su refugio. La oscuridad, locura y profundidad del dolor en sus obras contrastando siempre con algo hermoso que resaltaba o, por el contrario, anteponía su brillo entre fondos de decadencia. La belleza de un rostro, un cuerpo, una sonrisa, una mirada.

La belleza de la vida entre los vestigios de la muerte.

Ese era el tema central de sus obras.

Aquella analogía del arte le trajo a la mente la traducción del diario de Emmie y apretó los labios con impotencia.

No estaba segura si tenía más miedo de esas palabras o de que seguía sintiendo escalofríos por recordar a la perfección la voz de ese hombre. Estaba experimentando demasiado y al mismo tiempo tratando de filtrar absolutamente todo. Estaba molesta, estaba desgarrada, indignada y por qué no decirlo, intrigada por él. En todos sus años de soltería tuvo una o dos aventuras pasajeras que no pasaban más allá de besos y caricias, nunca tuvo la osadía de llegar más allá dado que no buscaba comprometerse con lo irremediable.

No era mujer dócil o fácil de sobrellevar. Sus pretendientes terminan impacientándose y alejándose de ella después de un par de semanas, días incluso. Tampoco era que Bonnie se haya sentido tentada a cruzar la línea con nadie más.

¿Qué tenía de especial ese hombre? Lo había visto solo dos veces.

Estaban sucediendo muchas cosas y no había un hombro en el que pudiera consolarse. Marinette era su única opción y al mismo tiempo, le prohibiría completamente seguir con la investigación, estaría sobre ella día y noche para vigilarla. Antón era su socio y su amigo, pero siempre tuvo una relación complicada con Emmeline, Bonnie sabía que en secreto estuvo enamorado de ella, pero su amiga era igual de reacia a renunciar a su libertad.

Además, esa era otra cuestión. ¿Cómo se tomaría su socio la desaparición de Emmie?

—¿Por qué todo es tan complicado? —murmuró con la voz temblorosa.

Matices del almaWhere stories live. Discover now