Día 0: La Captura

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Termino de aplicar un poco de labial rojo sobre mis labios al percatarme de la hora que es, observando mi reflejo en el espejo de mi habitación para apreciar los rasgos físicos tan similares que comparto con mi madre.

Mi rostro es la viva imagen de ella. Las tenues pecas rojizas que posan sobre el puente de mi nariz y mejillas, el tono pálido de mi piel, el rubor natural que se pinta sobre mis pómulos y, por supuesto, el tinte rojizo de mi cabello que cae a los costados de mi cara y que me hace destacar del resto de las personas que me rodean.

Lo único que me diferenciaba de mi madre era el distinto color de nuestros ojos. Mientras que los míos son de un pigmento verde esmeralda, como los de mi padre, los de ella asemejaban la profundidad del azul de un océano.

Hago mis recuerdos a un lado tras acomodar mi pequeño vestido de verano sobre mi cuerpo, para así terminar de arreglarme. 

Después de mandarle un mensaje de texto a Karissa, mi mejor amiga, asegurándole que la veré en tan solo unos minutos, procedo a salir de mi habitación para bajar al primer nivel de mi enorme hogar.

Una chispa de emoción recorre la totalidad de mi cuerpo por ser mi primer día de universidad.

No puedo creer que esté dejando los mejores años de preparatoria en el pasado para entrar a una nueva etapa en mi vida.

Y aunque mis mejores amigos asistirán a la misma escuela que yo, no puedo evitar sentirme nostálgica por los buenos tiempos que tuve la fortuna de presenciar en el bachillerato.

Yo era prácticamente la reina del lugar y lo sabía.

Amaba sentirme con el poder de decidir quién sería mi amigo y quién no, dándole el privilegio de sentarse con nosotros en la hora del almuerzo a quien fuese digno a mis ojos.

Disfrutaba saber que era la favorita de todos mis maestros y que mi arduo esfuerzo por ser la mejor estudiante se viese reflejado en mis notas, motivo por el cual fui la alumna con la calificación más alta de mi generación.

En los pasillos todos buscaban cruzar sus miradas con la mía, porque solo así sentían que conocía de su existencia en el instituto. Me saludaban y buscaban mi aprobación como si yo tuviera la última palabra, para así decidir si eran merecidos de ser queridos por el resto del alumnado u olvidados en el vacío.

Y aunque había unas cuantas personas que nos envidiaban a mí y a mis amigos por lo agradables, carismáticos y queridos que éramos, sus palabras ofensivas nunca me lastimaron, pues yo reconocía mi valor y por ello no debía preocuparme por lo que decían sobre mí.

Además, siempre debía mantener mi cabeza en alto, de lo contrario se me caería la corona de la buena reina que soy, y no podría permitirme tal tragedia.

Muchos pensarán que soy una ególatra y engreída, pero en realidad estoy viviendo mi mejor vida al rodearme de vibras positivas y de gran estima con gente que nos apreciamos mutuamente. Y por ello, no le reservo lugar a las personas que solo brindarán negatividad para terminar irrumpiendo con mi vibrante aura.

Una sonrisa se dibuja en mis labios al encontrar a mis padres y a mi hermanastro en el amplio comedor de mármol fino frente a nuestra elegante sala de estar.

Como de costumbre, mi madrastra ha preparado enormes cantidades de alimento para ofrecernos de desayuno. Mi padre luce concentrado en su celular, resolviendo problemas de su empresa a estas horas tempranas de la mañana, y Finn aterriza su mirada sobre mí tras verme bajar las escaleras, para después preguntar:

—¿Nos acompañas a desayunar?

Coloco mi mochila de cuero sintético rojo sobre el último escalón para posteriormente acercarme a mi familia.

Amarlo Fue RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora