—Aquí tengo el informe de su médico. No hay nada de lo que preocuparse. Parece que está usted en perfecto estado de salud, aunque me dice que no ha dormido bien últimamente. ¿Es así?
—Bueno... es de la emoción. Me ha costado un poco dormir —alegué.
Y no era mentira del todo. Los días eran un torbellino de preparativos para el palacio, pero de noche, cuando estaba tranquilo, pensaba en Johnny. En aquellos momentos no podía evitar que su recuerdo me invadiera, y lo cierto es que me costaba mucho pensar en otra cosa.
—Ya veo. Bueno, puedo hacer que le traigan algo para ayudarlo a dormir esta misma noche, si lo desea. Queremos que esté bien descansado.
—No, yo...
—Sí —me interrumpió mamá— Lo siento, cariño, pero pareces agotado. Por favor, consígale esos somníferos.
—Sí, señora —concedió el flacucho, que hizo otra anotación en mi informe
— Vamos a otra cosa. Bueno, sé que es algo personal, pero tengo que hablar del tema con todos los participantes, así que le ruego que no sea tímido —hizo una pausa— Necesito que me confirme que es usted virgen.
Mamá puso unos ojos como platos. Así que ese era el motivo por el que Karina no podía estar presente.
—¿Lo dice en serio?
No podía creerme que hubieran enviado a alguien para eso...
—Me temo que sí. Si no lo es, tenemos que saberlo inmediatamente. Increíble. Y con mi madre ahí delante.
—Conozco la ley, señor. No soy tonto. Claro que soy virgen.
—Piénselo bien, por favor. Si se descubre que miente...
—¡Por amor de Dios, Taeyong nunca ha tenido siquiera novio! —exclamó mamá.
—Así es —añadí, esperando así poner fin al tema.
—Muy bien. Pues necesito que firme este impreso para confirmar su declaración.
Puse los ojos en blanco, pero obedecí. Estaba orgullosa de mi país, Illéa, más aún teniendo en cuenta que aquel mismo territorio había quedado prácticamente reducido a escombros, pero tantas normas empezaban a sofocarme, como si fueran cadenas invisibles que me ataran. Leyes sobre a quién podías querer, papeles que certificaran tu virginidad... Era exasperante.
—Tenemos que repasar una serie de normas. Son bastante sencillas, y no deberían suponerle ningún esfuerzo. Si tiene alguna pregunta, no dude en hacerla.
Levantó la vista de su montón de documentos y estableció contacto visual conmigo.
—Lo haré —murmuré.
—No puede abandonar el palacio por voluntad propia. Tiene que ser el príncipe quien lo descarte. Ni siquiera el rey o la reina pueden despedirlo. Ellos pueden decirle al príncipe que no es de su agrado, pero es él quien toma la última decisión sobre quién se queda y quién se va.
»No hay un tiempo límite para la Selección. Puede ser cuestión de días o de años.
—¿Años? —Reaccioné, consternado. La idea de estar lejos tanto tiempo me horrorizaba.
—No hay de qué preocuparse. Es improbable que el príncipe alargue mucho el proceso. En este momento se espera que se muestre decidido, y alargar la Selección no le daría buena imagen. Pero si decidiera hacerlo, se le exigirá que se quede todo el tiempo que necesite el príncipe para hacer su elección.
El miedo debió de reflejárseme en el rostro, porque mamá alargó la mano y cogió la mía. El flacucho, en cambio, permaneció impasible.
—Usted no decide cuándo se encontrará con el príncipe. Será él quien lo busque para sus encuentros a solas si lo desea. Si se encuentra en un evento social y él está presente, es diferente. Pero usted no debe presentarse ante él sin ser invitado.
