VI. LA SERPIENTE EN CASA

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La vida en la mansión de Milo era rutina y luego más rutina, Camus no se podía quejar porque a pesar de su condición de esclavo lo cierto era que siempre lo trataban bien, no le faltaba comida ni techo, es más podía darse el lujo de comer cuanto deseara hasta sentirse tan lleno que casi rodaba por las baldosas, pero eso nunca lo hizo y más bien se contentaba con comer lo necesario.

Casi se había acostumbrado a la vida con Milo, la verdad es que el pretor nunca cejaba en el intento y siempre por uno u otra razón lo acosaba y trataba de seducirlo siempre llevándose la misma respuesta, el rechazo de Camus y su imperturbable silencio.

Aquella tarde Camus salió silencioso como siempre, nadie sabía a dónde iba, y tampoco nadie tenía el interés de seguirlo, sabían que se perdía en la ciudad un par de horas y luego regresaba. Esperaba en una taberna oculta y de mala muerte en una mesa en un rincón oscuro.

La imponente figura de Aulo se acercó a la taberna y entró, buscó con la vista hasta dar con él y se acercó a la mesa en donde él aguardaba pensativo.

—Veo que Milo te trata bien, ¿no es así? —Le preguntó mientras le hacía una seña a la mesera y ésta le llevaba una jarra con vino y dos vasos, sirvió en ambos y le acercó uno a Camus.

—Espero que no te hayas olvidado de lo que él ha hecho.

Camus miró el vaso enfrente de él y no lo tocó, Aulo se empinaba el suyo y lo vaciaba para volverse a servir, se puso tenso al recordarlo… sí claro que lo recordaba, cada día, cada noche recordaba porque estaba con Milo. Asintió tenso mirando a Aulo.

—Si te da tanto problema te he traído algo…

El romano sacó de entre el cinto un pequeño frasco de cristal sellado con arcilla, el contenido tenía un color turbio y parecía algo peligroso, se lo alargó a Camus y al ver que él no lo tomaba lo dejó en la mesa acercándoselo.

—Es un veneno muy potente, solo tienes que vaciarlo en su vino o en su comida, será instantáneo y te dará el tiempo suficiente para huir antes de que se den cuenta, ¿tú le sirves la comida?

Camus estaba clavado mirando con ojos temerosos el frasco cerca de sus dedos, y por un momento quiso olvidarse del asunto y simplemente escaparse, por otro lado el recuerdo de lo que le había sucedido lo obligaba a permanecer ahí. Finalmente asintió.

—Entonces no te será tan difícil hacerlo, el no merece vivir Camus, ha hecho demasiado mal, a ti a mí…

Aulo ahora era quien se había quedado callado pensando en como carajo su mujer se había fijado en Milo y como tan fácil había ido corriendo a revolcarse con él y luego la muy cínica después de yacer con Milo iba a sus brazos. Además Milo le había robado el puesto que por derecho le pertenecía solo a él y a nadie más.

Ha hecho mal pero… ¿Merece morir? ¿Merece que sea mi mano la que haga justicia? ¿O simplemente seré uno más, como ellos?

Se preguntó Camus y no supo que responder, Aulo esperaba, lo miraba y le exigía con la vista que finalmente cobrara venganza. La cabeza le daba vueltas y se sentía como bebido aun sin haber tomado ni una gota. No quería permanecer ni un instante más ahí, tomó el frasco y lo guardó entre su ropa, se levantó y salió del lugar lo más aprisa que pudo. Aulo simplemente lo contemplo con una sonrisa de burla en el rostro, acabó de beber el vino, dejó unas monedas y se marchó también.

—¿Dónde demonios se metió ese maldito mudo?

Gritó el joven pretor que había llegado más temprano que de costumbre, no tenía nada que hacer en el palacio y además por ahí andaba Mancinia, tampoco quería enfrentarse a ella después de días rehuyéndola, aquel asunto de la esposa de Aulo lo estaba poniendo en muchos aprietos. Recibía sus cartas desesperadas, primero rogándole que se viesen y luego amenazando.

El Esclavo (Saint Seiya)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora