II. EL SILENCIO DE LA BELLEZA

1.5K 110 24
                                    

Milo se había hecho vestir exquisitamente, antes de salir comprobó su aspecto frente al espejo pulido en sus lujosos aposentos, mirándose con tal esmero que ni siquiera un solo hilo hubiese escapado del escrutinio de su mirada. Una de sus esclavas terminó de arreglarle la larga cabellera y una vez más con vanidad se contempló.

Era la gloria llevar ropas normales y cómodas en vez del severo uniforme del ejército. A su joven edad había alcanzado rápidamente los mayores rangos en la legión y posteriormente en la guardia pretoriana, si bien era lo más honroso estar en ésta su trabajo no pasaba del papeleo y ordenar cada mañana la guardia del Caésar. Algo completamente sencillo en comparación de estar en batalla cuerpo a cuerpo con los apestosos bárbaros germanos.

Acababa de ser condecorado una vez más y le habían dado una licencia para un breve descanso, así que esa tarde el general Aulo ofrecía un banquete para él. Aulo estaba un rango más abajo que él y se rumoraba que era él quien quedaría a cargo de la guardia pretoriana, pero algún buen Hado había decretado que fuera Milo. También se decía en la corte que Aulo la noche que se enteró hizo tal berrinche que destrozó su cubículo y nadie osaba entrar a éste.

Ciertamente a Milo le parecía extraño que fuera él precisamente quien tuviera esas atenciones, quizá solo era una especie de disculpa o simplemente un acto hipócrita para guardar las apariencias, de todos modos eso a él no le importaba, ¿quién podría negarse a una invitación a la bellísima morada de Aulo?

Ordenó rápidamente que trajeran su litera más lujosa y se metió en ella recostándose cómodamente y corriendo las cortinas mientras sus esclavos le llevaban.

Cuando él llegó la gran mayoría de compañeros y amigos estaban ahí y le recibieron calurosamente.

—Enhorabuena Milo, creímos que ya no venías —declaró Aulo acercándose para saludarlo mientras empuñaba una copa de oro.

—Salud Aulo, ¿Cómo no iba a venir a un banquete en mi honor? —comentó Milo incisivamente, Aulo lo hizo acomodarse en el triclino más cercano y luego le hizo llevar una copa con vino.

Saludó a muchos más esa tarde, tantos que llegó un momento en el que olvidó nombres. Poco después también apareció el liberto(1) Aioros, como siempre destilando alegría y disfrutando ser el centro de atención. A pesar de su condición de liberto gozaba de innumerables privilegios y era común hallarlo en la mayoría de eventos sociales.

—Salud Milo.

—Salud Aioros, ¿Cómo va todo?

—Bien siempre y cuando ninguno de mis gladiadores muera en la arena.

—Jajaja me lo imagino, ¿Y cuándo te veremos ofrecer un combate?

—En cuanto encuentre un auriga, ya sabes, la última vez casi me lleva consigo…

En efecto en el último combate en el que lo había visto su carro dio una vuelta tan cerrada que el auriga había estrellado éste contra los muros del Coliseo, de no haber sido por que Aioros saltó hubiese muerto al igual que los caballos y el auriga.

Poco después pasaron a la mesa para atacar literalmente el festín, entre chistes subidos de tono, chismorreo y anécdotas típicas de militares fue entonces que lo vio… sembrado ahí entre los esclavos sirviendo vino, como un barco sin rumbo, una perla en medio del carbón, ojos azules, profundos como el mar, piel blanca casi fantasmagórica, el rostro de una escultura, la cabellera larga caía lacia por su espalda, cuando levantó su copa para que le sirvieran más vino, pudo verlo más detenidamente, serio, sin un ápice de emoción, el marco de sus ojos… sus cejas extravagantes partidas hacia la mitad del ojo, era tal su belleza… pero ése esclavo no se volvió hacia él, pareciera que no había más que muebles en aquella ruidosa reunión.

El Esclavo (Saint Seiya)Where stories live. Discover now