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En realidad estaba muerto, no importaba como se viera ese hombre estaba muerto. Lo curioso no era la muerte en sí, sino que la muerte del hombre sucedió repentinamente aún y cuando gozaba de buena salud. Todavía más extraño fue que su rostro reflejaba una sonrisa incluso después de la muerte, como si abrazar ese encuentro fuera algo que esperaba. El nombre de tan peculiar personaje era Matías, un hombre común de 42 años con una cabellera que empezaba a volverse canosa y una barba digna de presumir. Su familia al enterarse de su muerte, no lloró, al contrario, se vió feliz. Este hecho hubiera dejado atónito a cualquiera, pero en la ciudad de Allende, no sorprendió a nadie. Inclusive cuando el sacerdote llegó a realizar la oración por el eterno descanso de Matías, nadie lloró su muerte, parecían felices de que pudiera al fin encontrarse con un ser superior, con su Dios.
—Las personas de aquí ven a la muerte como un paso para llegar a Dios, por eso no lloran a sus muertos, sino que se alegran de que puedan llegar a Él y vivir por siempre en su gloria.
El sacerdote se había acercado al ver mi cara de sorpresa y comenzó a hablar como si supiera en lo que pensaba.
—Parece algo fuera de lugar, ¿No le parece?
—Pudiera ser, pero las costumbres de cada lugar no significan que sean algo malo, ¿O sí?
El sacerdote era un hombre joven, su hablar era calmado, inspiraba confianza, y por ello lo querían en la ciudad. Cuando oficiaba la misa dominical, llenaba el templo, todos querían escuchar la celebración, y claro, reflexionar con la homilía de ese hombre, del padre Barragan.

Ese día, me encontraba vagando por la ciudad hasta que vi el velorio de Matías, el no escuchar llanto fue lo que atrajo mi curiosidad y por lo que me decidí a entrar. Nadie reparó en mi presencia, excepto el padre Barragan.
—Dime, ¿Cómo te llamas? ¿Conocías a Matías? —dijo el padre Barragan invitándome una taza de café.
Dudé en responder, me han llamado de tantas formas que no supe cómo presentarme. Pensé un momento, y recordé un nombre.
—Beatriz, Beatriz Ledezma.
Recordé ese nombre de tiempo atrás, cuando alguien lo usó para dirigirse a mí, como si tuviera la apariencia de esa persona.
—Es un bonito nombre, Beatriz. Deberías sonreír más, la vida es maravillosa. Es lo más apasionante que hay, no encontrarás nada mejor que la vida misma.
Sus palabras me resultaron raras, no entendía el porqué lo decía, realmente no entendía nada.
—Sabes, siempre me ha gustado disfrutar de la vida que Dios me ha dado, he hecho lo necesario para vivir plenamente, y te puedo asegurar que en el arte, especialmente la pintura, he encontrado esa plenitud. De hecho, no hace mucho Matías me pidió un cuadro de él y su familia. Lastimosamente no estará aquí para verlo, pero ya he avanzado, de momento solo lo he terminado de pintar a él. Espero pronto terminar la pintura para compartir mi alegría por la vida con ellos, además de que estoy seguro de que su familia se alegrará de ver ese cuadro rebosante de vida.
El padre Barragan sorbió su taza y guardó silencio unos segundos, disfrutando el intenso sabor del café negro. Por mi parte, solo observaba sus acciones sin entender nada, aunque he de admitir que cuando mencionó la pintura captó mi atención, ya había experimentado algo parecido, pero no de la forma que lo mencionaba.
—Si te llama la atención la pintura —dijo el padre Barragan dejando su taza sobre la mesa—, puedes venir a la parroquia, ahí tenemos un taller de pintura. Ven, es gratuito y siempre estamos felices de tener nuevos integrantes.
Acto seguido, el padre Barragan tomó una pluma y escribió sobre una servilleta, al terminar me la entregó y me deseó un buen día. La servilleta indicaba la dirección de la parroquia y los horarios del taller de pintura.
Me causó intriga, parecía que el padre había visto a través de mí y descubierto la pintura llamaba mi atención, aunque no había visto ninguna anteriormente.

Después de ese encuentro, seguí vagando por la ciudad, observando mi alrededor. En ocasiones uno podía encontrar cosas interesantes, y debido a mi alta curiosidad, siempre he querido verlo todo, conocer su origen, la motivación detrás de lo que sucede, saber en qué terminará. Se puede decir tengo una adicción a las historias pero, ¿Cómo no tenerla si todo es nuevo para mí?

Yam ZenodmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora