– ¿Preparada? – preguntó Luisita que la miraba con cautela.

– Preparada. – no le estaba mintiendo a su mujer, sino a sí misma, pero es que en realidad, no creía estar nunca preparada para aquella quedada.

Salieron del coche y, tras unos segundos de preparación, Amelia tocó el timbre. Se escuchó un sonido mecánico indicando que la puerta estaba abierta y Luisita esperó hasta que fuese la ojimiel la que la abriera. Tardó unos segundos más de la cuenta, y aunque lo hizo dubitativa, finalmente empujó aquella puerta de hierro para entrar a un precioso jardín de lo más cuidado que dejaba un camino que dirigía hacia la casa.

Caminaron hacia la casa mientras Amelia hacía un repaso visual rápido a aquel lugar hasta que sus ojos toparon con otros que le recordaron demasiado a unos que conocía muy bien. Su corazón se paró unos segundos. Dios, se parecía tanto a ella... No debía sorprenderle, eran hermanos mellizos, por lo que lo lógico era que tuvieran un gran parecido físico, pero la verdad es que no se había preparado para volver a mirar a unos ojos que se parecieran tanto a los de su madre. Y no sólo sus ojos, su nariz, su boca y aquel cabello oscuro eran tremendamente parecidos, era como una versión masculina de Devoción. Sin embargo, lo único que era diferente, era que aquel hombre no la miraba con aquella sonrisa dulce que siempre tenía su madre preparada para ella, sino que la miraba serio. Se estudiaron mutuamente unos segundos, y porque Amelia también sentía que aquel hombre la estaba analizando con detenimiento.

No se había dado cuenta de que había dejado de andar hasta que la mano de Luisita en su espalda, aparte de mostrarle apoyo, la invitaba a continuar aquel camino, porque la rubia también se había dado cuenta del gran parecido entre esos dos hermanos y si a ella se le había formado un nudo en la garganta, sabía que las emociones dentro de Amelia tenían que ser un torbellino. Respiró hondo y siguió andando, mientras intentaba apartar la vista de él, y por primera vez se fijó en la mujer que había a su lado, la cual si la miraba con una emoción más que evidente, bastante contraste a la de su marido que seguía mirándola totalmente inexpresivo. Era una mujer bajita, con el pelo largo y canoso, y unos ojos claros y brillantes por la emoción.

Luisita mantenía su mano en la espalda de Amelia fingiendo que no temblaba por dentro, manteniéndose fuerte por ella, siendo su pilar como otras muchas veces. Caminaron un poco más y se pararon frente a ellos, pero tampoco dio mucho tiempo a que esa situación fuera incómoda, ya que aquella mujer se lanzó sobre Amelia a abrazarla hasta dejarla sin respiración. La ojimiel le devolvió el abrazo sintiendo como su corazón latía a mil por hora. Se separó de ella y se quedó mirándola sin saber muy bien que decir, pero para su fortuna, la mujer se adelantó.

– Bienvenida a casa. Yo soy tu tía Emilia, pero puedes llamarme Emi.

Sólo había sido una toma de contacto, pero no podía negar que aquella mujer le había dado buen presentimiento.

– Gracias, yo soy Amelia.

La mujer se rio y se le escapó una lágrima que llevaba rato resistiendo en el rabillo del ojo.

– Eso ya lo sé, cariño.

No pudo evitar dibujar la sonrisa en su cara ante lo absurda que estaba siendo, porque era evidente que sabía quien era.

Emilia se separó y miró a Luisita que se había quedado algo rezagada.

– Y tú debes de ser Luisita

La rubia simplemente asintió mientras recibía un abrazo igual de fuerte que el que le había dado a Amelia.

Cuando se separaron, la pareja se quedó mirando al hombre que seguía ahí sin decir nada con esa expresión indescifrable que no dejaba ver qué pensaba. El silencio se convirtió algo incómodo hasta que Emilia le dio un codazo a su marido para que reaccionara. Pareció que eso le despertó, porque se aclaró la garganta y le extendió la mano a Amelia.

Un refugio en ti (#1)Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ