– Mírame, pajarito. Sólo van a ser tres días y volveremos, y el martes celebraremos tu cumpleaños todas juntas.

Eva la miró durante unos segundos para después mirar a su otra madre que estaba intentando no llorar más, y no le cupo ninguna duda de aquella promesa, así que le devolvió aquella sonrisa a la ojimiel.

– Te quiero.

– Y yo a ti. Por mucho que tú me quieras, más te quiero yo a ti.

La trajo para si y le dio aquel abrazo con el que siempre se sentía protegida. Se separó un poco de su hija y cuando creyó que se había relajado, esa pequeña sombra seguía en su rostro, pero no tuvo que cuestionarse mucho cual sería el verdadero motivo porque Eva ya había aprendido que siempre hay que expresar lo que se nos clava en el pecho.

– Oye, mamá.

– Dime.

– Espero que sea bueno. – murmuró.

No hizo falta que dijera su nombre, Amelia supo perfectamente que su hija se refería a ese tío que iba a conocer. Aunque lo hubiera dicho en bajito, todas lo escucharon, y en realidad no tuvo que sorprender, ya que aquella niña era la única que podría saber de alguna manera cómo se siente su madre. Porque Eva también soñó con una madre que la quisiera de verdad y una familia que la arropara, y lo había conseguido, pero no quería ni imaginarse cómo habría sido entrar en otra familia que parecida a la suya biológica. Sabía lo que era anhelar desde que se tiene uso de razón tener una familia, así que deseaba de todo corazón que su madre consiguiera lo mismo.

Sus tías la miraron emocionadas por aquel deseo, Luisita la miró orgullosa de aquella empatía y de la bondad de su hija, y Amelia tenía tantos sentimientos en su cuerpo que empezaban a ser hasta contradictorios. No quería consolarla asegurándole que todo iría bien, porque ambas sabían que eso pasaría sólo por desearlo, y además, su hija había sido vulnerable y sincera con ella y se merecía reciprocidad.

– Yo también lo espero. – susurró Amelia en el mismo tono.

Se levantó y Luisita aprovechó de nuevo para darle último abrazo, breve pero muy fuerte, y la soltó rápido porque sino sabía que volvería a llorar.

– Pórtate bien.

– Si, mami.

– Se lo decía a la tita María.

– Que si, Luisi, no seas pesada. Vete ya.

Amelia tuvo que llevar a Luisita casi a rastras hasta al ascensor, pero una vez que estuvo en el coche, la rubia serenó siendo consciente de la importancia de ese viaje. Quizás acabara de dejar atrás a una niña con traumas, pero a su lado en el asiento del copiloto mirando por la ventana cuando ya llevaban una hora de viaje, se dio cuenta de que tenía a otra niña con las mismas heridas.

– ¿Estás bien?

Amelia se giró hacia Luisita que intentaba mirarla sin quitar mucho la vista de la carretera, pero aun así podía ver perfectamente la preocupación en sus ojos marrones.

– Estoy nerviosa, pero eso es todo.

A Luisita también le gustaría decirle que no había de qué preocuparse, que todo saldría bien, pero ella también sabía que era mejor no hacer promesas que no sabía si se podrían cumplir, sobre todo si no dependía de ella, así que simplemente le cogió la mano a su mujer para besar su dorso mientras seguía con la vista en la carretera.

Tras unas tres horas de carretera, Luisita aparcó el coche enfrente de la casa de los Gascón, situada en un pequeño pueblo a las afueras de Zaragoza. Era una casa de campo grande, con espacio más que de sobra para que tres adultos pudieran vivir ahí. En realidad no debía sorprenderles, el sueldo de toda una vida de militar añadido a que no tenían hijos, tenía que haber generado tantos ahorros como para permitirse esa casa y vivir cómodamente. Quizás si su padre no se hubiera gastado todo su sueldo en alcohol también podrían haber tenido algo parecido. Una punzada le atravesó con ese pensamiento de "lo que pudo haber sido", pero se disuadió en cuanto pensó que quizás, si se hubiera dado ese caso, nunca habría vivido en Chamberí ni haber conocido a los Gómez, y eso si que no lo cambiaba por nada del mundo.

Un refugio en ti (#1)Where stories live. Discover now