Si hubiera estado cerrada, las probabilidades de encontrar al asesino hubieran sido inmensas. Ahora, con la maldita puerta destrabada, cualquiera había podido entrar. Incluso el enano.

Woody y salió al exterior con su mejor cara de culo. Sus manos llevaban un anotador y un bolígrafo; su mente era un hervidero a punto de estallar. Brayden y Sien le debían unas cuantas explicaciones.

No tuvo que esperar demasiado para que Sien apareciera por la calle principal con la remera sudada y una botella de Gatorade. Ni tampoco para que su esposo saliera a su encuentro y le diera un abrazo que fue mucho más abajo de su espalda. Ella se dejó tocar mientras lo provocaba con un intenso beso. A ninguno le importó que Woody estuviera junto a ellos, con el rostro colorado por la ira.

—¿Qué hay, Kid? —le preguntó Dylan, aún abrazado a su esposa.

«Ya te he dicho que no me llames así».

—Está bien, está bien. No te enojes.

«Uno de ustedes intentó envenenarme poniendo miel en mi botella», los castigó sin más preámbulos.

Sien simuló leer su mensaje dos veces antes de responder.

—¿De qué hablas?

«No te hagas la desentendida». Woody cambió de página antes de seguir. «Esta mañana mi botella tenía agua mezclada con miel. Y ustedes son los únicos que saben de mi alergia».

—Cálmate, W, y déjanos ver —le pidió Dylan.

Su supuesto padre corrió la puerta de la casa rodante con un buen tirón y entró de un salto. Woody esperó que Sien hiciera lo mismo, pero ella permaneció atornillada en su sitio. Su desinterés era notorio.

—Woody tiene razón, mira. —Dylan agitó la botella en el aire y le mostró el contenido a su esposa—. Es miel, sin lugar a dudas.

El silencio se coló entre ellos y el ambiente se volvió tenso. Cada exhalación, más parecida a un bufido que a una exhalación, se podía cortar con cuchillo. Woody se llevó las manos a la nunca y comprobó que nadie intentaba ahorcarlo. Por ahora.

«Mentirosos. Ustedes son unos traidores que quieren matarme».

—Mi amor, no digas esas cosas —se defendió Sien con una tonada dulce—. Nosotros no somos traidores.

«Pero quieren matararme de todos modos».

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—Ante cualquier duda, embrague y freno —le indicó Chris—. Que el auto se pare es lo de menos.

Woody se encontraba en el asiento trasero del Taos de su tía junto con Paris y Nora. Robin iba al volante, mientras que Chris le dictaba las instrucciones desde el asiento del lado.

—De acuerdo —repuso su novia.

—Legen Sie Ihre Sicherheitsgurte an. Wir sind zum Absturz bestimmt —bromeó la niña.

—¿Qué dijo?

—Que se ajusten los cinturones porque vamos a chocar en cualquier momento —tradujo Robin con desinterés—. Gracias por la confianza, Nora.

Unas risas después, cinco cinturones de seguridad se encajaron en las hebillas con cierta determinación y el desafío comenzó. Al principio, Chris se limitó a darle un par de indicaciones técnicas antes de partir. Luego llegó el turno de que Robin lo intentara.

—Mantén el pie en el embrague y suéltalo de a poco. Presiona el acelerador con sutileza. ¡Eso! Es por ahí.

El auto avanzó como siempre, pero Robin lo vio como un gran triunfo. Segundos después, deslizó un pequeño grito que le hizo perder el control de los pedales. El Taos se sacudió hacia adelante y se detuvo.

Nadie sabrá lo que fuimos ©Where stories live. Discover now