Capítulo 3

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Dálet se puso de pie luego de unos minutos en los que el sufrimiento dejó a sus ojos hinchados, sus mejillas estaban mojadas por el camino de las lágrimas, y su nariz ardió cada vez que intentó sorber sus mocos nuevamente. Se sentía débil... en realidad, lo estaba.

Ella juró por un segundo que podía sentir el peso de una mirada sobre su frente, pero no vio nada, no había nadie, o eso creyó, mas no era cierto, Resh la miraba desde el mismo lugar, alternaba la vista entre su rostro colorado y el pasillo delante de él, que al cruzarse con el de ella, si avanzaba unos pasos, le permitiría verla completa de frente, de pies a cabeza. Él vió de nuevo que las gafas negras —rotas al punto de querer apretar los labios por la vergüenza ajena— estaban en el mismo sitio. Uno de los cristales estaba fuera de su lugar porque la armadura que lo rodeaba se había partido por la parte de arriba, suspiró con molestia y dejó los puños apretados a cada lado de su cuerpo por la impotencia que lo recorrió en ese momento. Quería tomarlos de una vez pero eso no sería correcto.

Dálet se puso de pie y se pasó la manga de su abrigo rojo por debajo de la nariz, quitó con las manos un poco de las arrugas de su pantalón y, sin haber leído ni una sola página del libro, lo volvió a colocar en su lugar.

Resh ¿cuándo había hecho algo que fuese correcto? Nunca, esa no sería la excepción así que al próximo parpadeo ya había tomado las gafas y se había marchado.

Algo hizo que a punto de dejar el ejemplar, Dálet se detuviera y arrugara el entrecejo. ¿Qué era eso? No era de los post-it que solía utilizar para dejar las notas importantes de sus lecturas, era una hoja blanca, o más bien, un pedazo de hoja rasgada de mala manera. Arrugó el entrecejo. Lo tomó con la punta de los dedos y observó con los ojos entornados.

Como el árbol se fertilizan con sus hojas secas al caer; toma tus esperanzas rotas y vuélvete a crecer...

Leyó mentalmente, buscando en los recuerdos de su memoria dónde había escuchado algo parecido antes. Volvió a mirar el pedazo de papel y lo tomó con la otra mano, al mover los dedos que lo sostenía, vio que en la esquina, con letras más pequeñas y oscuras ponía: Mariposa sin alas. Algo hizo clic en su cabeza cuando lo recordó, ese era el seudónimo utilizado por alguien que publicaba frases alentadoras en Twitter, y a ella le gustaban realmente, ¿cómo lo habían adivinado? ¿Quién habría dejado eso ahí?¿Habrá sido un descuido o a propósito? Sacudió su cabeza para deshacerse de las preguntas que le parecían tontas y colocó el libro en su lugar. Decidió que no lloraría más. Dio un paso con la intención de marcharse de allí pero se detuvo y volvió a mirar al estante, pensando, ¿tal vez estaba olvidando algo? Se encogió de hombros para sí misma y continúo su camino un poco más feliz.

Cuando llegó a la recepción donde estaba su madre, apoyó las manos sobre la madera del mostrador, levantó un poco su cuerpo y estiró el cuello para que sus labios quedarán a la misma altura que la mejilla de la señora. Le dejó un beso cariñoso, la mayor le dio una sonrisa cálida y cuando Dálet se alejó le devolvió el gesto, solamente, estirando las comisuras de sus labios hacia cada lado. Levantó y agitó la mano en su dirección a manera de despedida.

—Voy a casa —le dijo a su madre.

—¿No saldrás con esa amiga de la que me comentaste? —le preguntó interesada la mujer.

—Em..., no, tengo deberes pendientes para mañana.

Dálet no le quizo responder que esa amiga solo se acercó para jugarle una de las bromas pesadas que solían hacerle casi a diario en el instituto. Eso pondría muy triste a su madre.

—¿Los harás sola entonces? —arrugó el entrecejo, sintiendo pena por su hija que cada día parecía perder la chispa de vivir.

—Así es —dudó en si agregar algo más o no, al final optó por quedarse callada y salió sujetando las correas de su mochila sobre sus hombros.

No se había dado cuenta de que el mediodía había pasado durante el tiempo en el que había estado sentada en suelo, y que ya la tarde se acentuaba. La luz del Sol le dio en la cara al mismo tiempo en que una ráfaga de aire acarició su piel, tomó una respiración profunda y se llenó los pulmones de aire... Sonrió, sin saber muy buen porqué, y se dispuso a emprender el camino a su casa.

Amor a voces © (Completa)Where stories live. Discover now