Azariel, Breena e Io

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Tengo la costumbre de ir con mi chalupa a los lugares más recónditos del mar, lugares que ningún ser humano podría tolerar. No es que lo hiciera por interés ajeno o por la economía del pueblo, más bien era algo personal.

Mi anhelo de pequeño era caminar sobre los glaciares y poder corretear junto a los pingüinos y espantar a los petreles, lo que me llevó a entrenar durante años para poder tolerar el intenso frío de la Antártida.

Soy un mero pescador, reconocido fortuitamente por ser un beodo sobrante. Así es como me definen en la cantina, lugar que visitaba regularmente con la intención de dar a conocer las historias de cada una de mis aventuras.

Mi familia, por herencia, convivió durante años en la región sur del continente americano. Para ser específico, me localizo en Argentina, Tierra del Fuego. Teníamos un hogar en Ushuaia, una bella casa de dos pisos ubicada a pocos kilómetros del puerto central.

Desde allí, junto a mi padre «que era un gran pescador» solíamos ir a las pescas deportivas en busca de truchas. No siempre conseguimos las victorias, pero si aprendimos una nueva estrategia de pesca. Sin embargo, aquel trabajo parecía ser parte de mi naturaleza. De alguna y extraña manera, sentía que si encaraba ese destino, podría encontrarme con algo que marcaría mi vida.

Cuando cumplí mis 18 años de edad, tuve la gran oportunidad de participar en un turismo hacia la Antártida. Trabajé duro mucho tiempo para ahorrar una cantidad suficiente de dinero, con el cual pude pagar aquel viaje. Incluso me dediqué a estudiar una carrera que me permitiera, al menos, tener una pequeña estancia en aquel continente.

Soy consciente de que en ese lugar no se puede establecer una comunidad. El congelamiento de la superficie del agua impide la búsqueda de alimentos provenientes del mar, además, es un gran desierto frío donde sólo algunos líquidos y raros musgos viven en las rocas. Podría decirse, que no hay recursos como los que hay en las costas de Argentina.

En fin, un día en particular «en plena temporada invernal, con 50 años de edad» decidí navegar cerca de aquel continente, con la intención de admirar aquella maravilla y poder escribir alguna poesía.

Aunque no soy el mejor escritor del mundo, mis palabras no se manifestaron en ningún momento, debido a que no podía dejar de mirar, algo que sobresalía a lo lejos de un glaciar.

Era la primera vez que veía un carámbano sobresaliendo de una masa de hielo, el cual parecía navegar al compás de la corriente del mar. Intente dibujar un pequeño mapa personal, con indicaciones, tal como lo haría un pirata en busca de su tesoro. En cuanto termine de mapear la locación de esta anormalidad, me di cuenta que por detrás de mí, había un ave diferente a lo que se acostumbra ver en el continente antártico.

Si bien su forma y composición se asimilaba a un petrel, este tenía algo diferente al resto. Sus alas parecían ser de hielo, con un plumaje cristalino capaz de reflejar la luz del sol. Su pico era carmesí, como si recientemente hubiera cazado a su presa y de ella se habría alimentado. Y a la hora de cantar, su melodía se tornaba extraña, su canto no parecía ser de este mundo.

Mi mente parecía estar trastornada, no tenía la capacidad de pensar como una persona normal. «Lo cual inconscientemente, llegué a tomarla como mi hada, una bella compañía en este inhóspito lugar. Su nombre era Breena, reina de las tierras de maga».

Ella lo era todo para mi, incluso llegué a considerarla parte importante en cada uno de mis viajes. En cada pesca, en cada lugar al que visitaba, ella estaba a mi lado. Su compañía, hacía que todo lo que yo veía se volviera totalmente mágico.Una tarde «después de pescar» decidí darme un pequeño descanso en la cantina. Allí solía reunirse un par de amigos, a los que les gustaba oír mis anécdotas. En cuanto llegué, me acercaron un asiento y me invitaron a contar la historia del día.

IO - La bestia y el pescadorNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ