Hugo

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Lunes 17 de agosto.

Sin esperar ninguna visita, sonó el timbre.

O era el cartero o era Héctor. ¿Qué otra persona podía presentarse sin avisar?

Oteé por la mirilla y, efectivamente, era Héctor. Estaba empapado por la lluvia. Abrí la puerta.

—Lo de avisar no va mucho contigo, ¿no?

—Pensaba que te lo había dicho. Tal vez solo he pensado que te lo decía. Sí, sí, ha sido eso.

—¿Necesitas una toalla?

—No, te cogeré prestada ropa seca.

Conocía a Héctor desde pequeño y pedir las cosas con educación —o simplemente pedirlas— no entraba en sus planes.

Lo seguí por el pasillo hasta mi habitación y fui recogiendo las prendas mojadas que iba dejando en el suelo. Por supuesto, no me molesté en decirle nada.

Hasta que tuve que recoger sus calzoncillos húmedos.

—Héctor, ¿hacía falta que te quedaras completamente desnudo?

—Para que hagamos el amor, cariño —dijo a la vez que se daba la vuelta, arrugaba los ojos y estiba los labios como si fuera a darme un beso y se descubría desnudo delante de mí ofreciéndome su parte delantera.

—Muy gracioso. ¿Alguna vez te tomas algo en serio?

—Qué fácil te cargas la magia antes de hacer el amor.

—No vamos a hacer el amor.

—Lo que tú digas. Igualmente tienes que ir practicando la esencia de antes del sexo para cuando encuentres a la chica adecuada.

Me encogí de hombros. No digo que no vaya a perder la virginidad con una chica. Tal vez sea lo más probable, pero ¿por qué no con un chico? Todavía no he descartado nada.

Claro que, cómo voy a decírselo a Héctor si no es capaz de mantener una conversación seria que dure más de un minuto y sin que me proponga (en broma) que hagamos el amor. Y a veces con palabras menos agradables.

Después de apoyar sus nalgas húmedas por la lluvia en mi cama, se levantó y empezó a sacar montones de ropa de mi armario. Ese es Héctor, pensé, no le sirve ninguna camiseta de las de arriba, tiene que ir a por la del fondo del todo para encontrar la más hortera y arrugada de todas. Me resistí a decirle nada. ¿Para qué?

—¿Dónde tienes las maletas, Hugo Huguet? —me preguntó.

—¿Para qué quieres una maleta?

—Nos vamos a Nueva York. Está el taxi esperándonos abajo.

Está bromeando. Muy gracioso.

—¿De luna de miel? —dije siguiéndole el juego.

—No, nos he inscrito al programa de Jóvenes Escritores del Ateneu Barcelonés.

No está bromeando y no es para nada gracioso. Mi cuerpo se quedó paralizado por completo.

—Se —los dientes me temblaban—. Se tiene que —joder— que entregar una redacción y, y luego te tienen que seleccionar.

—Sí, sí, lo sé. Hice todo el papeleo. Confía en mí. Está todo en orden. Cogí tu ordenador y envié dos de tus escritos: espero que no te moleste que pusiera mi nombre en uno. Y tengo que decirte que eres muy bueno, nos han cogido a los dos.

¿Pero cómo se atreve? ¿Es esto real? Desde luego no sería la primera vez que Héctor protagoniza una de mis pesadillas.

Héctor se empezó a vestir con mi ropa y yo no era capaz de hacer otra cosa que congelar mi mirada en la marca de agua que habían dejado sus nalgas en mis sábanas.

EL RECUERDO DE LO QUE FUIMOSWhere stories live. Discover now