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"Mis momentos de paz, son cuando estoy contigo"

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"Mis momentos de paz, son cuando estoy contigo"

Danna Gray

Llego al café, agradeciendo el poder tener al fin mi pequeño momento de paz después de dos días totalmente desastrosos, camino directo a la barra en busca de mi confiable late —el doctor me viera ahora y me termina de matar él— en lo que espero a que Nadia prepare mi bebida, observo el lugar, la sensación de calidez como siempre presente, el leve murmullo de la personas al hablar y unas cuantas teclas al ser presionadas por quienes vienen a trabajar aquí me hacen sentir cómodo, como si allí no existiera problema alguno.

En lo que observaba el lugar, una mesa en particular llamo mi atención, o más bien quien estaba ahí, concentrado en su portátil con su vista fija estaba Alexander, su mandíbula marcada por su gesto concentrado hacia que quisiera observarle por horas y no me importaría parecer una rara acosadora.

— Aquí tienes tu pedido, Danna —escuche la voz de Nadia detrás de mí, al girarme la encuentro con aquella sonrisita maliciosa que le he visto varias veces, es claro que algún comentario inesperado dejara escapar. — Tu nunca sonríes así cuando estás aquí.

—¿Así como? —cuestiono— ya vas a andar inventando cosas, como siempre.

—Yo cosas no me invento nada— me señala antes de continuar— donde yo pongo el ojo, es porque algo pasa... o va a pasar y tu tienes una sonrisa radiante cada vez que el escritor esta aquí.

—No se dé que me hablas... —expreso a la vez que siento mis mejillas calientes y como Nadia deja salir una carcajada— sabes, mejor me voy de aquí.

Tomo mi bebida y le hago un gesto antes de dirigirme hacia donde esta Alexander, al llegar donde el pienso hacerle algún gesto para intentar llamar su atención, pero me arrepiento al verle tan concentrado en lo suyo, por lo que simplemente tomo asiento a su lado y le observo trabajar.

Aprovecho el momento para detallar su rostro, a la vez que trato de ignorar el dolor de cabeza que me invade por segunda vez en el día, me distraigo bastante al apreciar su tez clara, su cabello castaño y esos ojos encerrados en pequeñas ventanas de vidrio, pero aun así de un color canela hermoso, que podrían hechizar a cualquiera.

Sinceramente creo que a mi ya me han hechizado.

Me espanto cuando lo veo espabilar y cuando su mirada se encuentra con la mía, no puedo evitar sonreír, y cuando el corresponde se me olvida todo, que los problemas, que el trabajo, el dolor de trabajo, olvido todo y encuentro paz en sus ojos, en la calidez que trasmiten.

—¿Danna? —escucho su voz sorprendida por mi presencia— ¿Cuánto tiempo llevas ahí?, debiste dar algún aviso de tu presencia, que feo haberte ignorado todo el rato.

—No te preocupes, te vi muy concentrado y no quería molestar.

—Tú nunca molestas —sonrió— al contrario, tu presencia me es satisfactoria.

Luego de eso el encuentro fue ameno, no nos quedamos en silencio mientras el trabajaba, como días atrás, hablamos de varias trivialidades, conversaciones absurdas que se sentía como si estuviéramos planteando la ley de gravedad, no sé cuánto café bebi en ese tiempo, ni cuantos postres compro él, solo sabía que estaba ahí coexistiendo con el universo y por primera vez sentía que estábamos en paz y no atentaba en mi contra.

—¿Estas bien? —Preguntó al oír como me tomaba un ataque de tos— ¿Danna?

—Si... —hice una pausa al terminar— lo siento, que vergüenza me atragante con mi propia saliva.

El me miro con dudas, como si quisiera ver más allá de mis palabras, pero al no encontrar nada, solo volvió a hablar.

—Terminaste pálida.

—Mi piel siempre esta pálida, querido.

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