Tras varias horas, los árboles del bosque comenzaron a abrir paso a un claro, llegando a los límites del bosque de Rengorn. En la lejanía se podía admirar la grandeza de Fésoda, o la Ciudad de Piedra Eterna, como se designaba en algunos manuscritos antiguos. La ciudad se alzaba sobre una gran colina en torno a dos grandes bases ovaladas, ubicada junto al río Táldien. La gran colina sobre la que se alzaba ofrecía una ubicación ventajosa y difícil de conquistar y el río, era fuente de vida y alimento. Desde el este solo se podía acceder a la ciudad a través de uno de los dos grandes puentes que cruzan el río. Nuestro grupo continuó a galope tendido, encabezado por Karan, seguido por los soldados con el estandarte de Fésoda, tras ellos, iba Myron, escoltado por Anne y Eris. Por último, cerrando el paso, íbamos Atnuil y un servidor. No aminoramos la marcha forzada hasta que llegamos al puente noroeste, no sin antes atravesar los pequeños barrios que se habían seguido construyendo, ampliando la ciudad al otro lado del río. Los barrios, denominados como las Aceñas, eran en su mayoría casas pertenecientes a artesanos, mercaderes y pescadores,

Una vez que llegamos al puente, me maravillé ante la imponente Fésoda. Las construcciones eran dignas de mención en cualquier escrito sobre arquitectura. Los puentes, hechos de piedra maciza y anchos para permitir el paso de una gran cantidad de gente y carromatos, e incluso, soportarían el peso de un ejército marchando sobre ellos. Reparé en que las idas y venidas de los campesinos y comerciantes eran incesantes, muchos corrían a la ciudad en busca de refugio y solo unos pocos la abandonaban en busca de una fortuna mejor. Más allá del puente, se encontraban las murallas que rodeaban la ciudad; formadas por bloques de más de una vara de largo de piedra y sus muros se alzaban más de ochenta pies de altura. La ciudad estaba conformada por dos niveles, en el inferior se encontraban la mayoría de las viviendas, distribuidas en diferentes barrios. En el nivel superior se encontraba el palacio real, junto con los cuarteles de la guardia de la ciudad.

-Por fin, mi querida Fésoda. -Dijo con cierta nostalgia Myron. Un nuevo toque de trompeta, esta vez proveniente de los guardias de las murallas, anunciaban el regreso de su regente. Desde la gran puerta noreste, un séquito salió a recibirnos y la guardia formó en torno a Myron para comenzar su travesía por la ciudad. Miré a Atnuil y vi en sus ojos reflejada la misma admiración que yo sentía. Avanzamos a paso rápido, recorriendo todo el primer nivel de la ciudad, comenzando por la parte norte. Era un acto previsible, pues Myron quería dejar claro que su regente, su salvador, estaba de nuevo entre aquellas murallas. Era obvio que quería mandar un doble mensaje, por una parte, de seguridad a sus ciudadanos y por otra, dejar claro que la autoridad es él y que todos deben recordarlo.

En el momento de su entrada por la puerta al interior de la ciudad, el gentío comenzó a congregarse en las calles para recibir a su señor con vítores y aplausos, algunos incluso se animaban y soltaban flores a su paso. Sin embargo, yo seguía maravillándome con aquella ciudad. A mi derecha, se alzaba la gran muralla, mientras que a mi izquierda se levantaba la colina, culminada por la muralla del segundo nivel, tan imponente como la del nivel inferior. Recorrimos la colina de Islanar, una pequeña elevación sobre el primer nivel, que llevaba el nombre del fundador de la ciudad, en la segunda edad. En esta zona se ubicaban los barrios humildes llenos de mercaderes de baja reputación que solo buscan un poco de suerte para ganarse la vida. Después, continuamos hacia la plaza Rosal, su nombre era bien acertado, pues estaba cubierta en su totalidad por rosales, cuidados por las grandes casas de los nobles que habitan aquella zona. Continuamos hacia el sur del primer nivel, donde se encontraban los barrios de grandes mercaderes, entre los que destacaban las herrerías de la ciudad que trabajaban el metal que extraían de las montañas Feldestio, por ello, el nombre de esa zona era el de Martillo y Yunque, debido al continuo sonido tintineante del martillo golpeando el metal. La diferencia en las construcciones dentro de la muralla era considerable, en el exterior de las murallas, las pequeñas casas eran de madera y paja, mientras que en aquellos barrios las casas señoriales estaban construidas a base de piedra, e incluso mármol, hasta las construcciones de la colina Islanar, donde se ubican los barrios pobres intramuros, eran dignas de elogio.

RELATOS DE EÓN: LA CIUDAD DE PIEDRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora