Abro los ojos, siento que el sol me da en la cara de lleno y no veo una mierda. Estoy en el sofá y la espalda me duele horrores. ¿A quién se le ocurre dormir en un sofá de mimbre? Pues a mí, por imbécil.

Me meto en la habitación para coger mis cosas y vestirme. Tendremos que irnos en breve si queremos ver las tortugas antes de irnos de Maui. Miro a Lola, sigue plácidamente dormida, con la sábana enredada en su cuerpo. La camiseta se le ha subido y tiene el trasero al aire. Me estoy poniendo malo otra vez. ¡Esto no va a salir bien! Es una mierda.

— ¿Lola? — me recoloco la erección y me dirijo al baño. Oigo su gruñido y como se despereza con un bostezo — Hay que levantarse, si quieres ver la tortugas antes de irnos, tenemos que desayunar ya — Me estoy cepillando los dientes cuando Lola entra en el cuarto de baño estirándose.

— Buenos días grandullón — me da un beso en mejilla y se dirige al váter. Se baja las braguitas y se pone a hacer pis ¡Está haciendo pis mientras me cepillo! ¿Pero qué?

— Lola, esto... me estoy cepillando – La miro a través del espejo.

— Muy bien grandullón. Hay que ser aseadito en esta vida — Se ríe, abre los ojos que aún los tenía cerrados y me mira a través del cristal — ¡Mierda!

— Sí, mierda. ¿Podrías...

— No me he traigo el cepillo de dientes —me corta sin dejarme acabar — ¿Te importa si uso el tuyo? — se levanta y tira de la cadena sin ningún pudor. Se sube las braguitas y dejo de mirar. ¡Joder! Yo no puedo ver esto.

— Eeehh... si, puedes usarlo, pero...

— Gracias. Avísame cuando acabes. Voy a cambiarme mientras.

Y sale del baño. ¿Pero qué acaba de pasar? Actúa como si lo que acaba de pasar fuese lo más natural del mundo. Y no lo es. Quizá con una pareja que llevas un tiempo y convives, puede, pero no para mí. Debo hablarlo con ella más tarde. Termino y me voy al salón a desayunar. Hay frutas variadas en la cocina, varios zumos naturales e infinidad de dulces y bollería. Perfecto para Lola.

Lola sale del baño y se une a mí, se sirve un zumo, se pone en un plato las guarrerías más grasientas de la cocina y se sienta a mi lado.

— ¿Qué tal has dormido la segunda vez? — su mirada es tierna y no puedo evitar sentir calidez.

— Bien. No he vuelto a tener sueños raros. Todo correcto. Aunque la espalda me mata.

— La próxima vez, no seas cabezota y duermes en la cama — ¿Próxima vez? No — a tu edad no puede ser sano dormir en un sofá y menos ese sofá — lo señala

— ¿A mi edad? — le pregunto con algo de enfado. me acaba de llamar viejo en toda mi cara.

— A los 39, grandul...

— 38, tengo 38 — le digo exasperado sin dejarla acabar.

— Bueno sí, a los 38 ya no eres un adolescente que puede dormir en cualquier lugar.

— No soy un viejo. Puedo dormir donde me plazca. Que el sofá sea una mierda no tiene nada que ver.

— Tranquilo — levanta las manos en señal de rendición — no te quiero llamar viejo. Pero eres mayor. ¡Perdón! ¡Perdón! — creo que ha visto mis ojos llenos de ira y no me ha dejado hablar, porque le iba a decir cuatro cosas — Más mayor que yo. Eres más mayor que yo. No te ofendas, ohú, no sé explicarme. Pero hasta yo tendría dolores de espalda en ese sofá. No te enfades — se levanta y viene hacia mí, poniendo morritos. ¡No me jodas! ¿qué me da para que me ablande de esta manera al poner esa cara? Se sienta en mi regazo. Y ya sé que he perdido cualquier batalla que quisiese librar — Porfiii, no te enfades conmigo — lo dice con un tonito como de niña pequeña. Y listo, le sonrío. No puedo hacer más

Enséñame a volarWhere stories live. Discover now