Capítulo 4: Primer Juicio

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130 HORAS ANTES

La Taberna en Captionem estaba llena. Todos estaban allí, el pueblo entero. Ángela estaba sentada en la barra, festejando con los demás. Por las sonrisas, se notaba que estaban de fiesta. El bar estaba lleno de ruido y risas, y el ambiente se sentía seguro y familiar. Su madre le trajo un vaso con cerveza de raíz y la felicitó. Ángela iba a responder, pero las palabras se le trabaron en la boca. ¿Qué era lo que estaban celebrando? ¿El Juego había terminado? No podía recordar. Tenía un nudo en la garganta; algo no estaba bien. Tomó el vaso y dio un trago largo. La cerveza estaba helada, tan helada que le causó dolor. Cuando bajó el vaso de nuevo, la Taberna estaba silencio.

¿Dónde estaban todos? ¿Se habían ido? Tardó un segundo en darse cuenta. Seguían allí, junto a ella, pero estaban muertos. Todos y cada uno de ellos, inertes, en el piso. Horrorizada, Ángela recorrió con la mirada los rostros sin vida de todos sus seres queridos: Black, Alek, Maeve. Los ojos vacíos de su madre la miraban desde una posición antinatural. Faltaba su hermana, ¿dónde estaba su hermana? Se le aceleró el corazón. Se levantó de su silla e intentó avanzar entre los cadáveres, pero tropezó una y otra vez. Se sentía tonta, ralentizada. Su cuerpo le era ajeno y no estaba bajo su control. Una sombra pasó rauda tras la ventana del bar. Por un segundo, la Taberna se oscureció. Necesitaba encontrar a su hermana, pronto. ¡Mavi! ¡Mavra!, quiso gritar, pero no hubo caso. Su voz simplemente no tenía sonido, sin importar cuánto lo intentara. La impotencia y el miedo crecían dentro de ella y comenzaban a consumirla, como un veneno corriendo por su sangre.

Un grito. Un grito prolongado, una voz aguda, femenina. ¡Tenía que encontrar a su hermana! Con esfuerzo, comenzó a gatear entre los cuerpos tibios, hacia la puerta. El grito de mujer era cada vez más insoportable, le perforaba el cerebro. Ella llamó a su hermana, incluso si no podía escucharse, la llamó con todas sus fuerzas. Y la voz gritaba, llena de agonía y dolor.

—Ángel. Vamos, ¡Ángel!

Abrió los ojos. Lo primero que encontró fue el rostro de Alek, que la miraba, asustado, en la oscuridad de la habitación. Tenía los rizos desordenados, aplastados de un lado y lleno de greñas en el otro. Su rostro estaba hinchado como si él también acabara de despertar. El alivio que sintió Ángela al verlo allí, vivo y acostado en su cama, fue tal que se lanzó sobre él para abrazarlo. Necesitaba respirar el aroma de su cuello, necesitaba hundirse en su lugar seguro.

—Tenía tanto miedo.

—Estabas soñando —la calmó él—, no era real.

Alek le pasó la mano por la espalda, tratando de darle calor y tranquilidad. Podía sentir los latidos de Ángela acelerados, como si el susto de su sueño no pudiera desvanecerse del todo. Había estado gritando desesperadamente por su hermana. Alek conocía su voz, la reconocería en cualquier lado. A juzgar por esos gritos, el sueño no podía haber sido nada bueno. Y temía decirle que en el mundo real le aguardaba algo peor.

—Ángel, ¿escuchaste eso? ¿Te despertó el grito?

Ángela se frotó un ojo y lo pensó un momento.

—¿De qué grito hablas? Creí que me habías despertado tú.

—Bueno, sí. Pero justo antes de que empezaras a gritar el nombre de tu hermana, se escuchó otro grito. De mujer.

—Había una voz femenina gritando en mi sueño. Pero creía que era Mavra.

Alek cerró los ojos, vencido.

—Me temo que no. Yo también lo escuché. En un principio, fue eso lo que me despertó. Y tuve miedo de que fueras tú, pidiendo ayuda. Pensé que los Lobos te habían encontrado. Me alivié mucho cuando tus propios gritos me hicieron reaccionar y me di cuenta que aún estabas junto a mí, pero creo que alguien no corrió con la misma suerte.

LUPUS I - A los Lobos les gusta jugarWhere stories live. Discover now