CAPÍTULO I

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—Aún así, dime quién eres.
—Una parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal y que siempre practica el bien.
J.W.V. GOETHE
Fausto

Alek

Despierta..

Despierta por favor..

Mi voz era solo un susurro apagado de inútil esperanza.

Mis dedos aturdidos por el camino que estaban recorriendo se detuvieron en sus labios bajo el suplicio de ese dolor interno que había llegado a mi por primera vez hace unas semanas atrás. ¿Quién hubiera pensado que un hombre sin alma podría sentir dolor?. Ni en mis más salvajes sueños se me habría ocurrido pensar en eso.

Mis heridas internas dolían más que de la que tenía en mi abdomen, quisiera decir que habían cicatrizado por completo pero todavía ardían frescas como aquella noche. Nunca había sentido remordimiento por nada de lo que había hecho en el pasado, pero verla a ella postrada en una cama de hospital me desgarraba por dentro haciendo que la culpa me destrozara la mente y el corazón. Yo la había lanzado a éste pozo lleno de obscuridad, le robé la calidez de su alma y la nobleza de su corazón, era mi culpa y yo debía encontrar la manera de hacer justicia, de vengarlas.

—Despierta.. —susurré muy cerca de su oído. Podía apreciar mejor sus facciones pero la mitad de su rostro todavía seguía cubierto con vendas, aún así con todas sus marcas y la cabeza rapada seguía atrayéndome sin medida más que cualquier droga.

Todavía tenía impresa en la memoria de mis labios aquel último beso que me sacó por una brevedad de ese infierno en el que estaba. Si pudiera elegir un lugar donde morir sería en sus brazos, su abrazo cálido y un beso sincero serían todo lo que necesito.

—Es hora —la voz gruesa del guardia me hizo levantar la cabeza para observarlo con hastío.

No dije nada, solo la miré por última vez y le di un beso en la frente. Odiaba separarme de ella y dejarla sola en esta fría habitación que olía a desinfectantes y anticepticos muy fuertes. Cuándo me incorporé las cadenas que apresaban mis pies tintinearon entre sí y las esposas rasparon la piel de mis muñecas irritadas.

Arrastré mis pies y, sabía que a Ramírez le molestaba y dentro de mis limitadas libertades ésta era una que disfrutaba sin medida. Le di un último vistazo a Leilani que llevaba postrada en esa cama veintiún días y doce horas con treinta minutos para ser exactos. Treinta minutos después del almuerzo era todo lo que me daban a cambio de que yo los ayudara.

—Puedo sólo —carraspee antes de que Ramírez me tomara del brazo.

—Entonces deja de arrastrar los pies y camina —bramó entre dientes.

Una sonrisa de medio lado curvó mis labios y me sentí complacido de haber logrado mi objetivo, molestarlo. Me hizo sentir bien por unos segundos, y en ese instante fugaz volvió a fluir por mis venas lo sanguinario y feroz que alguna vez fui. El mundo se convirtió en un estanque muy pequeño de nuevo.

Me habían dejado salir de mi aislamiento, días atrás habían intentado silenciarme mis compañeros de celda —aunque los torturé no supieron darme una respuesta de quién los había enviado —desde entonces me mantenían en una celda aprueba de sonido y balas, se sentía como una jaula hecha de cristal. Que ironía, estaban protegiendo al monstruo, porque eso era yo, un monstruo y un animal sin escrúpulos. El que trajo detrás de si sangre, muerte y desgracia.

A medida que me alejaba sentía que mis pasos se negaban a seguir, no deseaban seguir mis órdenes y anhelaban volver atrás. De algún modo mi inconciente intentaba volver con ella.

De repente..

Unos sonidos extraños salieron de la habitación y mis sentidos se pusieron en alerta cuándo me di cuenta enfermeras y doctores corrían a una velocidad preocupante a su habitación.

Las ruedas de un carro rojo chirriaban oxidadas, <<un elemento de auxilio para resurrección>>, pensé exasperado.

—¡¿Donde crees que vas?! —la voz del guardia era solo un eco lejano entre el tintineo de mis cadenas y los latidos desenfrenados de mi corazón.

No me había dado cuenta de que tan lejos me había ido cuándo intenté volver a ella, escuchaba los gritos de los doctores y las enfermeras como si yo estuviera en una burbuja.

<< 1, 2, 3... >>, se escuchaba por los aires que agitaban el pasillo.

—¡Detente! —lo oí gritar pero fue muy tarde.

Mi cuerpo se contrajo haciéndome perder el equilibrio, una y otra vez sentía una corriente torturar mis músculos.
Apreté los dientes con fuerza y al mismo tiempo me retorcía en el umbral de su habitación mientras Ramírez seguía electrocutándome.

Una vez y otra vez a través de mis costillas, sentía que mis pulmones se contraían y me costaba respirar. Él sabía que necesitaba esas descargas y muchas más para detenerme, porque no era la primera vez.

Todo parecía transcurrir tan lento, mientras sufría las descargas eléctricas solo podía mirar como a ella intentaban reanimarla. El intento desesperado de los doctores por traerla devuelta me hizo sentir impotente.

Cuando al fin la corriente dejó de circular por mi cuerpo escuché de nuevo el pitido de la máquina, me relajé y cedí por completo a mi suplicio. Vi el rostro de Ramírez complacido mientras dos guardias me levantaban del suelo como un saco de mierda, era vergonzoso. Pero antes de perderme por completo, los ví, aquellos ojos que alguna vez me miraron extasiados de sentimientos, hoy se alzaban ante mí fríos y vacíos. Ella me miró, pero sentí que al final de todo no logró verme.

Ella estaba despierta..

[...]

Mi piel ardía cada vez que mi uniforme naranja rozaba mis costillas, tenía quemaduras de segundo grado debido a las descargas que había recibido aquel día.
Tenía la carne magullada y moretones que se esparcían como ramas de un árbol seco. Como algo maligno que había echado raíces en mí y planeaba quedarse por mucho tiempo.

Froté mis ojos y apreté mis párpados tratando de mantenerlos abiertos. No había pegado el ojo en toda la noche. Porque cada vez que los cerraba, la veía a ella mirándome con esos ojos gélidos que parecían no reconocerme.

Me incorporé con dificultad y me senté en el borde de mi catre. Recorrí el frío lugar con mis ojos, estaba limpio, todo era gris y de concreto, tenía tres libros en ruso que el amable de Ramirez se molestó en traer. El sujeto era bueno, siempre estaba observando. Nunca se despegaba de mi celda, cumplía bien con su trabajo.

—¿Podrías dejar de verme? —dije mientras me acercaba al inodoro.

—Jódete —murmuró mostrándome el dedo de en medio.

<<Qué poco profesional>>, pensé.

—Creería que te gusta verme el paquete —bromee mientras me bajaba los pantalones para orinar.

El ruido de mi descarga corto lo que él estaba diciendo, me ignoró entonces porque sabía para donde iba esta estúpida conversación. A ninguna parte como todas las demás.
Se puso sus auriculares con la intención de ignorarme, pero sabía que escuchaba podcasts en ruso con la intención de aprender el idioma, ya que siempre se fastidiaba cuándo no me entendía.

El rojo carmesí de la portada de El maestro y Margarita me llamaba nuevamente, los ojos rojos del gato y del diablo me observaban engañosos. Mijaíl Bulgákov escribió esta fantástica novela que no vió la luz sino hasta muchos años después de su muerte, éste hombre luchó contra la censura a favor de la libre expresión, y al igual que él yo también prefiero seguir al diablo.

Estaba deseoso de hacer el mal, de dañar a quiénes nos dañaron, pero estaba dispuesto a hacer el bien por ellas, para hacernos libres de nuestros verdugos. Dentro de estas frías paredes aún tenía la esperanza de ser libre otra vez.

SOBREDOSIS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora