—Laya, anda a elegir una película con Alía y Chloe —pido.

Necesito que deje mi pobre cabello.

—Si, mami —responde, deja la peineta en el suelo y corre tras las niñas hacia la estantería de las películas.

Mi intención jamás será comparar a mis hijos, pero no me molestaría en lo absoluto que todos fueran tan obedientes y tranquilos como Laya.

—Que día más agotador —comenta Salvatore.

Me arrastro hasta su lado ya que al igual que él, estoy en el suelo y me da una flojera de la ostia pararme para volver a echarme.

—Agotador no es la definición —respondo—. Realmente se nota cuando Sebastián y Katya no están.

Esta mañana fueron a ver a sus respectivos padres y luego se juntarían a comer, por lo cual era mi turno de cuidar a los niños, lo bueno es que Katya dejó cocinado anoche, Salvatore solo tuvo que calentar la comida y servirnos, luego yo lavé los platos mientras él cuidaba a los niños y así nos hemos pasado todo el día.

—¿Qué le pasa? —susurra apuntando a Edan con la barbilla—. A estado más callado de lo normal.

—¿También lo notaste? —suspiro—. Ya le pregunté dos veces si necesitaba algo o si había algo que le molestara, pero me dijo que no, solo está con la tonta pizarra que le regalaste y no para de dibujar, luego borra y vuelve a dibujar.

—¿Cuándo tiene la hora al psicólogo? —pregunta.

—No tiene hora, antes estaba con sesiones al igual que las niñas para ver si tenían problemas con esto del encierro y no conocer el exterior, pero quedamos en que los sacaríamos más a las zonas verdes del condominio y les prestaríamos más atención.

—¿Y el otro tema?

Frunzo el entrecejo. —Todo bien con eso —me limito a contestar—. No soy la primera mamá soltera del mundo, me necesitan, me tienen.

—Ajá... bueno, iré a ver que le pasa a Mío mío.

Me da un rápido beso en la frente y se pone de pie sacudiendo sus pantalones, luego se va a sentar junto a Edan en el pequeño sofá infantil.

—¿Que dibujas? —le pregunta de manera casual.

—¡Mia! —responde abruptamente abrazando la pizarra para que Salvatore no vea lo que había empezado a dibujar.

—Cálmate, amiguito... —lo tranquiliza—. Yo tengo una pizarra mucho más grande y bonita, no necesito la tuya —le enseña la lengua.

Doy un suspiro de resignación, creí que iría en plan adulto para obtener respuestas, pero es imposible, Edan y Salvatore van a ser como el perro y el gato toda su vida.

Cuando creo que mi hijo va a acusar a Salvatore como siempre por haberle mostrado la lengua, contrariamente se defiende enseñándole la suya. Sonrío ante la escena porque Salvatore le comienza a hacer muecas con el rostro para fastidiarlo, pero Edan se echa a reír.

El timbre de la casa suena y Chloe es la primera en ponerse de pie y correr hasta la puerta.

—Chloe, no —la detengo poniéndome de pie—. Tus papás tienen llaves, ellos no tocan el timbre, quédate aquí y voy a ver quien es.

Ella da un suspiro y vuelve con las niñas.

—¿Esperas a alguien? —me pregunta Salvatore.

—Si, Fernanda dijo que vendría a despedirse, ya pasaron dos semanas y debe volver a México —miro el reloj de mi muñeca—. Pero son las siete y dijo que vendría a las ocho.

Última Batalla de Roma | [Roma #3]Where stories live. Discover now