La Magia de Beethoven

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Mi vida de universitario fue simplemente monótona, al igual que la de Mariano, según sé, de hecho toda mi vida se habría resumido hasta entonces en buenas notas, aprender un poco de cocina con mamá, series familiares los sábados en la noche y una que otra polución en las noches,  pero todo dio un gran vuelco después de que comenzamos a juntarnos con Mateo. Las cosas eran distintas.

Comenzamos yendo a bares gay, lo normal salíamos charlábamos, reíamos, bailábamos, e incluso a veces en medio de copas terminábamos besando a algún chico afortunado. Y así fuimos conociendo una parte de la vida de Mateo, al principio este chico representaba un lado de nuestra vida de gais muy extravagante e incluso vulgar, pero era la parte más real y al mismo tiempo la más divertida. Que por cierto nunca fue fácil, pero eso no es lo que ahora nos incumbe, el hecho es que pasábamos de lo mejor, en cuestión de meses éramos reconocidos en gran parte de los sitios gay de Bogotá, y todo gracias a Mateo, quien con varios de sus muy, muy apuestos amantes logró consolidarse como un ícono de la belleza gay de Bogotá, cuando no estaba saliendo con un senador tapado en el dinero o con un cantante cuyo secreto quedó guardado hasta que lo conoció.

Era tan cómico el estereotipo que tenía sobre Mateo, lo odiaba por la forma en que tomaba la vida, y al mismo tiempo lo amaba por ello, su forma de actuar; todo le daba igual. Jamás tenía un problema, y si el mundo se estaba cayendo él simplemente lo componía con una habitual sonrisa, y mientras Mariano lloraba la pérdida desafortunada de algún novio, Mateo jamás llegó a pensar en la posibilidad de enamorarse, para él estaba el sexo, como complemento esencial de la vida, en palabras de el:

"El placer es vida, y yo amo mi vida, por lo tanto amo el placer, por qué tengo que abstenerme de él, amo sentirme deseado, que me miren, que me seduzcan, que me tomen de la cintura y me lleven a su cama, amo sentir la adrenalina mientras jugamos al infantil preludio del coqueteo; y en el momento en el que los dejo pasar a mi lecho... Bueno ése sí que es el mejor momento. Cuando me besan, y les beso, cuando una parte de sus labios se dirigen a mi cuello rumbo a mi pecho, no me molesta si quieren continuar bajando, mientras una de sus manos traviesas preparan mi cuerpo para la acción, y si hay algo en lo que absolutamente nadie me gana es en el manejo de mi boca, una herramienta bastante útil si quieres que la velada sea realmente placentera, una lengua traviesa de serpiente hace maravillas. Y finalmente viene lo que realmente importa, pues no es el clavo lo que debe importar sino, el efecto y la seguridad de este al entrar, o sea que para mí, bueno es complicado expresar cómo me gusta, pero lo diré, no debe ser rápido al principio, si lo hace como loco para mi es una especie de código o mensaje subliminal cuyo sentido es acabar ya, y si hay algo que realmente de lástima es un coito cuya duración dure lo que un bostezo, ahora si lo hace paulatina y negligentemente, entonces el fuego no habrá servido más que para quemar la ropa, el tipo siempre debe tener la sensación de que me quiere devorar,  sin ser un desesperado, debe llevar las ganas, y estas no sólo se llevan en la zona entre las piernas, la sensación debe ir en todo el cuerpo, y debe transmitirla, así yo sabré que lo está disfrutando tanto como yo, sin miedos de que alguno acabe primero. Ahora cuando el volcán de placer debe estallar, es muy importante que los cuerpos estén tan conectados, que alcancen el punto que complejidad, en donde los dos saben que es hora, de modo que una simple y llana mirada puede hacer que la ardua lucha de sexo, termine con un gran y mortal tifón de placer."

Cosas como este razonamiento me hacía cambiar de parecer sobre cosas que para mí eran un poco escabrosas, era demasiado tímido como enfrentarme al sexo de la forma como lo hacía Mateo, sin líos ni tapujos. En cuanto a Mariano, se sentía mejor refugiándose en su trabajo, así que no iba mucho a bares  clubes gay.

El sentido de su vida no era un orgasmo o un cardumen de pectorales tras él, el amor de su vida era la moda, la belleza y el estilo. Y quien más que yo sabía que no había lugar donde se sintiera más seguro que en su propio taller, ni un mes de sexo o un viaje al espacio le hacían más feliz que sentarse a repasar sus diseños, o simplemente imponerse el gran reto de hacer de la más desagradable plebeya, la más adorable princesa.

Los demás son sólo para olvidar.Where stories live. Discover now