2. Huida

1.5K 123 34
                                    

Era la tercera o la cuarta canción que bailábamos cuando Claudia golpeó ferozmente mi brazo repetidas veces.

—¡Ay! ¡¿Qué?!

La miré y me percaté de que tenía su mirada en algún punto fijo del lugar. Seguí la dirección de lo que sus ojos miraban hasta que me encontré observando a un chico.

—¿Él es Luís? —pregunté.

—Sí, es él.

—Podrías —no pude terminar la oración.

—Voy a hablar con él, no me lo vayan a quitar —reí.

—Claro, yo te espero aquí.

Le pedí al camarero un zumo de piña y una leve risita brotó de entre sus labios, gesto que ignoré. Al minuto, ya tenía la bebida en la mano, y al dirigir la mirada hacia la pista, vi que Claudia y Luís se acercaban.

—Hola, éste es Luís.   —La mano de Claudia paseó de forma fugaz por su hombro.

—Hola Luís, un placer. Yo soy Lisa. Lisa Jones. —Su intención fue darme dos besos, pero antes de que pudiese aproximarse un poco más, tendí mi mano hacia adelante en señal de saludo. No me resultaba cómodo dar un beso en cada mejilla.

Con una sonrisa, estrechó mi mano y agitó nuestros brazos varias veces.

—Tu nombre me resulta familiar. Lisa Jones... —repitió para él mismo, intentando recordar algo relacionado con mi nombre.

—No sé de qué podría resultarte conocido mi nombre. Tú y yo no hemos coincidido nunca en ningún sitio.

Me observó durante varios segundos, con los ojos entrecerrados.

—Bueno, deberán ser paranoias mías —asentí y Claudia carraspeó para llamar su atención.

—¿Te gustaría bailar, Luís?

—Claro, ¿por qué no?

Ella me miró haciendo unos gestos de súplica disimuladamente, y yo obviamente acepté que fuese con él. Cuando se alejaron, me dediqué a observar a la gente que se encontraba a mí alrededor. Parejas que se besaban con intensidad, otras que bailaban muy pegadas, y otras que simplemente charlaban. Por otro lado, algunos se encontraban moviéndose al compás de la música en plena solitud, como yo.

De repente, alguien chocó contra mí desde atrás, haciendo que mi bebida precipitase al suelo. Los culpables del incidente pasaron por mi izquierda a toda velocidad sin pedir disculpas, y pude reconocer que se trataba Samira y el chico que la estaba besando en la cocina. En ningún momento pude ver sus caras. Les reconocí por su vestimenta.

Avanzaron con rápidez entre toda la gente hasta llegar a las escaleras y por último subir a la planta de arriba. Cualquiera podría imaginar que iban a hacer. 

Chistando en forma de disgusto, me dirigí de nuevo a la barra con la única intención de pedir otra bebida, y allí en la superficie lisa de madera, ya había un vaso repleto de zumo de piña.

—Menos mal que no te has manchado —soltó el camarero—. Hugo es un completo imbécil, ya se preocupa él de demostrarlo.

Me tensé al oír ese nombre.

—¿Hugo?

—Sí, Hugo. Hugo Sánchez. ¿Qué sucede?

—Oh no. Tengo que irme —dejé la bebida en la barra.

—¡Qué misterio! ¡Me recuerdas a la Cenicienta! —gritó el camarero mientras me marchaba de esa zona. No pude evitar reír.

—¡No creo en el príncipe azul! —después de soltar ese comentario tan absurdo como el suyo, fui a buscar a Claudia.

Sabía que volverías (SA, LP#2)Where stories live. Discover now