Tiempo libre

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Cada vez que Lucas Cardoski llegaba a la playa, hacía siempre lo mismo. Primero, se descalzaba; después caminaba casi al trote hasta la orilla y finalmente hundía los pies en la arena mojada. Entonces, recién allí arrancaba la caminata, que solía ser larga. Era un tiempo para él y así había sido desde que tenía memoria. La orilla tenía algo de especial para Lucas. Bastaba con que diera el primer paso, momento en el que la arena se le escurría entre sus dedos, y Lucas volvía a tener 6 años. Se veía allí mismo, frente a la orilla, con su balde azul reluciente del Hombre Araña en mano y sus padres que caminaban, jugaban y se mojaban los pies junto a él. Así había sido cada verano desde que él lo recordaba. Hasta los 6 años, Lucas había sido hijo único. Pero incluso después, con la llegada de su hermano Nahuel, las vacaciones en la Costa Atlántica habían sucedido más o menos igual aunque a él -así como al resto de la familia- no le parecían para nada monótonas, todo lo contrario. Tanto Lucas, como Nahuel, su papá Oscar y su mamá Ester esperaban con ansias la llegada de febrero para reencontrarse con el mar. Todos en la familia Cardoski sabían que ése sería el destino final, si bien el lugar exacto lo decidían en el camino, andando en plena ruta. Una vez que pasaban la Ruta 2 y seguían por la 63, justo antes de la bifurcación, Oscar nombraba dos destinos al azar. Por ejemplo, cuando Lucas tenía 8 años, y Nahuel 2, el padre preguntó: - ¿Mar del Tuyú o Costa Azul?Y por unanimidad, el lugar elegido fue Costa Azul. Lucas lo había votado porque el nombre tenía el color de su balde, Nahuel simplemente para seguir a su hermano y Ester porque hasta ese momento nunca habían ido. Por lo general, una vez que decidían el destino lo repetían por los siguientes dos o tres años, hasta una nueva votación. Con ese sistema democrático-familiar, los Cardoski habían recorrido casi toda la Costa Atlántica bonaerense: San Clemente, Santa Teresita, Mar del Tuyú, Las Toninas, Mar Azul, Aguas Verdes, Valeria del Mar, Costa Azul y hasta Mar de las Pampas. Aunque para Lucas, las orillas se parecían bastante y le costaba recordar con exactitud qué playa había tocado cada año. Sí se recordaba con su balde azul del Hombre Araña y sus pies enterrándose y desenterrándose en la arena mojada a medida que avanzaba con su caminata por la costa.Ahora mismo, Lucas estaba caminando por la orilla de Valeria del Mar. Sus pies descalzos se hundían en la arena mojada y ésta se le escurría entre los dedos a medida que levantaba cada pie para dar el siguiente paso. Intentaba recordar cuántos años tenía la última vez que había estado en esa misma playa cuando, de repente, su pié chocó con algo. No era una piedrita; tampoco un caracol. Era algo azulado, que parecía de plástico, a medio enterrar en la arena. Se agachó para levantarlo y... ¿acaso era su balde? El azul lucía gastado por el sol, la arena y la sal marina y ya casi no se distinguía al Hombre Araña. Lucas lo dio vuelta para confirmar si estaba en lo cierto (había recordado que, para diferenciarlo del balde de su hermano, unos años atrás le había tallado sus iniciales con un trozo de caracol). Lo giró y entonces sí, ¡vio el relieve de la L y de la C que él había marcado con tanto esfuerzo! Se quedó helado. Levantó la vista, como cuando lo hacía de niño y veía a su hermano y a sus padres. Pero esta vez ya no estaba con Nahuel, ni con su mamá Ester o su papá Oscar. Ahora estaba con Fernanda, su esposa, y con su pequeña hija Josefina, que antes de ese viaje había cumplido 6 años. La pequeña había heredado su mismo amor por la playa y por hundir los pies en la arena mojada de la orilla, aunque ahora ella lo hiciera con su propio baldecito. El de Josefina era verde, reluciente, con el rostro de una princesa de las películas de ahora. Y dentro, guardaba los moldes para hacer cupcakes, que Josefina adoraba y que Fernanda había sacrificado de sus utensilios de cocina para que la niña disfrutara de hacer tortitas de arena.Cuando por fin pudo pronunciar una palabra, Lucas gritó a los cuatro vientos: - ¡Mirá, Jose, mirá lo que encontré! ¡¡Llamá a mamá, que no lo van a poder creer!! Y entonces la vio. Vio a Josefina, alta, esbelta, ahora sin su balde de princesas pero con una sonrisa cómplice. Mientras ella llamaba a su mamá para que vea lo que Lucas quería mostrarles, tomó la mano de su ¿novio? Pedro, ese muchacho que había conocido el año anterior y que justo antes de esas vacaciones familiares habían hecho una fiesta para celebrar los 20 años de ambos. Josefina, Fernanda y Pedro miraron la mano de Lucas. Él la extendió para mostrarles su baldecito, pero solo había un puñado de arena, que iba cayendo entre sus dedos como cae la arena de un reloj, libre como el tiempo.

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⏰ Última actualización: Dec 15, 2021 ⏰

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