En las dos semanas posteriores a insertarle el brote de carne, había preferido no mencionarlo. No era costumbre suya molestar a DIO con sospechas sin fundamento, a pesar de saber que su amigo apreciaba aquellas confesiones puntuales en las que Pucci sacaba sus miedos por el futuro y lo forzaba a hablar de lo que pasaría si cometían un error y perdían el Cielo. DIO no creía en esa posibilidad, pero lo complacía ver cuán importante se había vuelto para Pucci su sueño. Estas conversaciones nunca terminaban allí. Pasada la angustia inicial, DIO lo tomaba entre sus brazos y se inclinaba sobre su cuello para besarlo, suave, relajando los músculos tensos de su amante hasta que lo sentía suspirar. La sonrisa de DIO se encontraba muy cerca de sus labios cuando detenía las caricias para contemplarlo como si fuese un tesoro, pero nunca lo besaba, no sin él tomar la iniciativa. Por más que jugase a tentarlo, DIO era muy cuidadoso con su consentimiento; este era un código que se había impuesto de cuando todavía pretendía seguir alguna moral católica con DIO, como si no hubiese atravesado todos los límites al enamorarse de él, y todavía formaba parte de su trato romántico. A veces, si habían discutido, DIO se disculpaba un rato después de terminar, cuando, cansado, le pasaba una mano por la mejilla y Pucci sonreía y le quitaba importancia. Pero era consciente de que DIO no se disculparía con nadie más que él, y esto teñía cada "lo siento" suyo de una profunda calidez que se mantenía en su pecho por el resto del día.

DIO no los amaba de la misma manera, a él y a Kakyoin. Kakyoin era un capricho temporal que lo satisfacía en la cama y que le placía contemplar, una joya más en su colección de cuerpos hermosos. Lo conocía, y estaba seguro de que debía saborear los ojos desafiantes del joven mucho más que su voz modulada a la perfección y su cintura estrecha, porque lo había sometido, y amaba controlar la soberbia de sus mejores trofeos a voluntad.

Consigo siempre había sido diferente. Abandonaba la rudeza de trato que tantas veces le había visto emplear en la cama con Vanilla y reprimía las reacciones violentas que surgirían de su orgullo y narcisismo a la defensiva. No estaba seguro de qué lo volvía un compañero tan especial para él, pero DIO se había asegurado de hacerle sentir que lo era. En vez de imponerle misiones arriesgadas como a los demás prefería mantenerlo a su lado, la única persona con quien se sentía en calma, y abocar en Pucci sus alegrías y las esperanzas de un futuro que iba dibujándose más nítido a cada día que pasaba.

Pero apenas se habían visto en las últimas semanas y Pucci sentía que lo estaba eludiendo a propósito. Por esto, también, se había mantenido alejado de su cuarto, para respetar el espacio personal de su amigo y lo que fuese que se estuviese dedicando a hacer. DIO era, a grandes rasgos, su único compañero entre aquel séquito de mercenarios y mujeres lujuriosas, pero tampoco se quedaba sin ancla al alejarse de él: con Terence conversaban sin problemas, y la forma en que N'Doul comprendía y amaba la verdadera esencia de DIO, en vez de adorar ciegamente su cuerpo y crueldad, como ocurría con más seguidores de lo que le gustaría creer, le había permitido apreciarlo desde el principio.

Estas semanas, además, había pasado largos ratos con Kakyoin. En general evitaba a los manipulados por el brote de carne, pero la sutil inteligencia del chico, la obsesión que DIO parecía haber desarrollado por él y sus propios miedos al respecto lo empujaban a indagar más en su persona.

Había sido estando con él que se confirmaron sus sospechas. Ahora lo sabía: el brote no era infalible con determinadas personas, no cuando cada pedazo de su ser rechazaba ser controlado.

Pucci suspiró, avanzando a paso rápido hacia el dormitorio de DIO, que se encontraba en el ala opuesta de la mansión, y trató de imaginar el curso que tomaría el diálogo tras su advertencia. Su amigo negaría el riesgo, por supuesto. La enorme confianza de DIO en sus propias capacidades era también su mayor debilidad, y tener que lidiar con ella a menudo resultaba agotador. Terence había dejado de intentarlo hacía tiempo, pero Pucci se negaba a aceptar esta opción. Para el resto de seguidores, la derrota de DIO sería sólo esto: un ídolo caído y la pérdida de las comodidades que habían venido con él; para Pucci, en cambio, un futuro sin DIO era negro, vacío de sentido y de emoción. No estaba seguro de que le quedase nada más que su amigo.

Cerezas en la iglesia del pecado [JJBA: Dio × Pucci]Where stories live. Discover now