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Apenas unas horas antes, la pistola había caído al suelo, con el cargador vacío. El arma rebotó por las baldosas, causando cierto estrépito.

Todo se volvió silencioso. Chifuyu y Kakucho dormían, ignorando que aquel era el principio de su réquiem.

—¿De verdad pretendías dispararme? —Alzó una ceja, doblando el brazo sobre su espalda. Escuchaba sus gruñidos animales, la forma en que se revolvía como una fiera enjaulada. —No conseguirás hacerme daño en este estado.

Kazutora retenía a Wakasa contra la mesa, amenazando con romperle la extremidad. Aquel chico apenas había podido ponerse en pie, con las extremidades dormidas y entumecidas por haber estado atado durante horas; la desnutrición volvía aquel rostro, que alguna vez había sido idílico, pálido y ojeroso. No tenía fuerza alguna en sus puñetazos llenos de odio.

Había preparado una humilde bolsa con comida de todo tipo. Incluso le había hecho un bocadillo para que pudiera recuperarse. Sin embargo, el mayor no parecía estar dispuesto a colaborar de ninguna forma. Joder, veía sus rodillas temblar de esfuerzo por tenerse en pie.

Lo soltó durante un pequeño instante, y eso valió para que Wakasa lo agarrara de la ropa. Kazutora siseó por lo bajo, afilado como una navaja, y evitó que lo acorralara contra la pared. Aquellos brazos eran flacos, escuálidos y llenos de cicatrices.

Agarró su pelo y lo estampó contra los azulejos, viendo cómo caía al suelo, aturdido.

—Te odio. —Escupió Wakasa, intentando librarse de él. Se apoyó sobre sus codos, pero el menor se sentó a horcajadas sobre su pecho, sus pulmones demandaron aire. Jadeó. —... te voy a matar...

—No estás en condiciones para pelear, has fallado todos tus golpes. Sólo conseguirás hacerte daño si...

—¡¡Cállate, mocoso!!

Kazutora arrugó la nariz y le tapó la boca, atento a lo que ocurría fuera de la cocina. Se deslizó un poco más adelante y apretó su cuello con los muslos, sintiendo cómo le lamía la mano y forcejeaba, en vano. Fuera de allí, sus amigos dormían plácidamente. Mimitos también.

Se llevó un dedo a los labios y lo silenció con el gesto, cauteloso.

—Por favor, vuelve a casa. —Pidió, destapándole la boca al notar un líquido caliente. Sangre. El hombre tenía las mejillas mordisqueadas de ansiedad. —Este no es tu lugar.

—Me quitaste mi hogar, al amor de mi vida. —Wakasa logró sacar uno de sus brazos y lo alzó en el aire, intentando agarrarle de la ropa, en vano. —Mereces morir, escoria de mierda...

Volvió a tapar su boca, mirando hacia la puerta. No había indicios de que hubiera alguien despierto.

Wakasa no merecía morir a manos de Takeomi, ni de nadie. Merecía ser libre y feliz, y Kazutora le daría aquello que ansiaba. El arma para poder defenderse de Bonten, comida para que pudiera nutrirse. Sentía que, bajo su cuerpo, empezaba a hiperventilar y a removerse. Nada que ver con el temible Leopardo Blanco de años atrás. Sólo era un chico perdido.

Sonrió, con lágrimas en los ojos.

—Por favor, déjame ayudarte... —Suplicó, observando los mechones blanquecinos y débiles, ondulados por su frente. La cara redondeada y suave, piel cubierta de horrores del pasado. —Podemos volver a empezar. No tiene por qué ser juntos, no tiene por qué ser ahora, pero mereces algo mejor que ser esclavo de lo que no se puede cambiar.

Tal y como lo hizo él. Tal y como lo hicieron todos.

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Treasure || KazuFuyuWhere stories live. Discover now