Aroma

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Día 2: Aroma

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     Cuando Sherlock vio a William dormido al borde de la silla en la biblioteca, en un principio no quiso entrometerse. No distinguía entonces ningún aroma especial procedente del muchacho rubio, pero si alguien veía a un alfa como él rondando a un omega (o incluso a un beta) mientras estaba indefenso, podría meterse en líos. Ya habían ocurrido ataques debido al escaso autocontrol y a la falta de escrúpulos de algunos miembros de su clase; lo que provocó que aumentaran las medidas de seguridad y la vigilancia alrededor del campus, como cabría de esperar.

     No obstante, a nadie parecía preocuparle en demasía. Esos "desafortunados incidentes" caían dentro del rango de lo común a ojos de gran parte de la sociedad y eran recibidos con mediana indiferencia.

     En cualquier caso, no quería ser testigo de algo así; de manera que cuando le encontró exactamente en el mismo lugar, horas más tarde, acabó interviniendo.

     ―William James Moriarty ―Se había presentado más tarde aquel, en la puerta del recinto, y Sherlock no había sido capaz de apartar la vista de sus ojos rojos mientras le estrechaba la mano―. Un beta.

     ―Y estudias matemáticas ―señaló todavía escrutándolo, recordaba las portadas de los libros que le había visto llevar. El otro parpadeó, aunque no lucía sorprendido en realidad.

     ―Así es, e Imagino que lo tuyo es la química.

     ―¿Cómo lo supiste?

     ―El olor de tus ropas te delata ―dijo haciendo un gesto en dirección a su chaqueta cuero y camiseta gris. Sherlock se miró a sí mismo y soltó una carcajada.

     ―Acertaste también. Tienes unos sentidos bastante agudos para ser un beta, eh. ―Había una sombra ilegible en su rostro, pero desapareció cuando sus rasgos se suavizaron al sonreír otra vez y contestar:

     ―Estoy seguro de que cualquiera podría notarlo, independiente de la clase.

     Después de eso, William le agradeció por despertarle y, tras despedirse, se dispuso a seguir su camino. Sherlock le observó marchar bajo la sombra de los árboles que flanqueaban el sendero. Aspiró profundamente y el cigarrillo sin encender quedó olvidado en su mano. La emoción enardecía sus venas y se sentía más alerta que nunca.

     Había una fragancia casi imperceptible en el aire. 

Deseo sin fraganciaWhere stories live. Discover now