★5. Llorar estrellas

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La compañía de otra persona nos trae luz y recuerdos valiosos para las épocas grises.

Está comprobado que hay personas que son un baño de calidez en medio de una tormenta. Y la tarde con Lucero transcurre así, en ponerse al día, en risas y recuerdos del pasado. Ella te cuenta sobre su hija, Adriana, sobre lo grande que está; la experiencia general de Bejamín, su esposo, con el nuevo negocio y las quejas típicas relacionadas con los trabajos en los que uno no está feliz pero tiene que permanecer por tiempos indeterminados.

Los temas de conversación pueden no ser originales. Aburridos incluso, pero a lo largo de los años aprendiste a atesorar cada segundo de compañía porque es en la vejez cuando puedes pasar meses sin compañía; a veces por culpa de las personas, otras, por culpa de la vida misma.

Está bien. La familia, por muy unida que sea, no está obligada a permanecer siempre en el radar y cada uno tiene sus perspectivas, sueños y vida que realizar. No siempre podemos entenderlo, pero haces un esfuerzo desentrañando tus propias vivencias; le cuentas sobre los planes que tienes junto a Alan, tu compañero de trabajo, en el Planetario para el 2016 (quieren enfocarse en Hawking y sus estudios del tiempo) y los planes que quieres hacer con John.

Algunas veces te repites, pero todo fluye.

La tarde transcurre en una agradable paz. Como siempre debió y debería ser.

Afuera las nubes negras chocan entre sí, el viento les hiela las mejillas y los pies. Tú con paz en el corazón y Lucero con su nuevo reloj.

Con lo que esperas sean almas contentas, ambos caminan por el andén en silencio. Repletos de promesas de verse pronto, de almorzar en casa de tu hermano, de avisarles apenas John llegue a Santiago para reunirse.

—Tío. Promételo —dice Lucero de pronto, las luces del metro entrando al túnel se ven a la distancia.

—¿Hm?

—Promete que me vas a decir la verdad si algo sucede.

—Lo prometo —mientes, tomando su mano unos instantes antes de besar su mejilla en despedida—. Lo prometo.

El futuro está hecho de promesas incumplidas, piensas.

★★★

La tranquilidad de tu hogar no hace más que aumentar la sensación de tranquilidad que no te dejó en paz desde que te despediste de tu sobrina.

—¿Por qué la habré confundido? —murmuras con el ceño fruncido—. Sé que Julieta está muerta...

Pero no estás seguro de la fecha.

Buscas en tu memoria mientras realizas las cuentas necesarias. Julieta tenía 25 años cuando falleció. Lucero tenía 18 y ella te había acompañado al norte, a visitar el Observatorio La Silla. Era verano y tuvieron que volver a Santiago en avión cuando tú hermano les avisó del terrible acontecimiento, habías estado furioso de culpa, porque ambas eran muy unidas y para ti siempre fue una espina que no pudieran despedirse, que no alcanzaron a decirse adiós.

No tenía sentido haber confundido tanto las cosas...

«Por desgracia no tenemos causas específicas. El alzheimer, muchas veces, suele ser impredecible» dijo tu doctor la primera vez que se vieron, justo después del desastre de las pruebas de reconocimiento que te hizo. Con la fría calma médica tuvo la paciencia de explicar lo suficiente para aplacar tu revuelto corazón: «Vas a tener problemas de percepción del tiempo, a veces de objetos que crees son iguales, pero tienen diferencias grandes. Como lo que pasó ahora con el edificio de la fotografía que vimos. Uno tenía un fondo azul, el otro rojo, pero para ti eran iguales. Algunas veces, lo mismo te va a suceder con las personas».

Falla estelar [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora