Capítulo 4

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Noté que muchos se lanzaban a las vías y corrían hacia lo desconocido

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Noté que muchos se lanzaban a las vías y corrían hacia lo desconocido. Pensé en seguirlos, pero me obligué a permanecer allí. Necesitaba saber a qué nos enfrentábamos.

—¡No se asusten! ¡Venimos a ayudar! —gritó una mujer que acababa de bajar a la estación.

La acompañaban cinco personas más, todos llevaban uniformes blancos ceñidos al cuerpo e iban armados con ametralladoras.

—¡El gobierno cayó! ¡El país sufrió un ataque sin precedentes, pero PRISMA logró controlar la situación! —explicó uno de los recién llegados.

El Partido Revolucionario por la Igualdad y Soberanía Mundial de Argentina, mejor conocido como PRISMA era una organización política que había surgido después de la gran pandemia que azotó el mundo. Si bien, apenas tenían representación en el Congreso, durante los últimos años, habían ganado muchos adeptos por internet, especialmente entre los jóvenes. Yo nunca había tomado sus teorías conspirativas seriamente, pero me alegraba no tener que enfrentarme a esas personas armadas y estaba feliz de que vinieran a ayudarnos.

—¿Quién nos atacó? —preguntó un hombre con la voz áspera.

—Por lo que sabemos, fue la Coalición de las Tres Américas —contestó la que parecía ser la líder del grupo.

Pocas semanas atrás, los países miembros del territorio americano que formaban parte de la agrupación, habían pedido a la Argentina que cediera parte de su territorio cultivable para el bien común de la humanidad. Recordé vagamente, haber visto algo en televisión, pero el asunto parecía haberse solucionado a través de un acuerdo en el que el país proveería alimentos a quienes lo necesitaran, pero sin perder el dominio sobre sus tierras.

—¿Qué tan grande fue el ataque? —pregunté, intentando procesar la información.

—Fue un ataque simultáneo a todas las grandes capitales provinciales. Córdoba, Buenos Aires y Santa Fe, fueron las provincias que más víctimas reportaron. Aunque bombardearon y lanzaron misiles por todo el país. En las últimas horas se registraron miles de muertos y millones de desaparecidos —explicó la mujer vestida de blanco procurando que todos la escucháramos.

—¡Junto a PRISMA, el país renacerá más fuerte que nunca de las cenizas como un fénix que se vuelve a levantar! —gritó uno de los hombres armados.

—¡Salve, PRISMA! —estallaron en vítores los miembros del partido y se sumaron a ellos algunos de los refugiados.

Nos guiaron hacia la salida de la estación y yo procuré en el camino mantenerme junto a Lara y a unos pocos pasos de Fernando y Marina. Para poder salir era necesario trepar y esquivar algunos escombros. Tuve que tomar en brazos a Kathya en ciertos tramos del trayecto para que Lara pudiera avanzar.

Aunque tenía una imagen desagradable en mi mente de cómo había quedado la ciudad, verla en ese estado por primera vez, me hizo estremecer. Ninguna construcción parecía haber evitado recibir daño y las ruinas, los escombros y el polvo se extendían más allá de lo que podía ver.

—¡Por el amor de Dios! —exclamó Lara en cuanto le di la mano para que pudiera subir el último tramo hacia el exterior.

—Esto no es obra de Dios, niña, y si es que él existe, parece que ya nos abandonó —dijo Marina observando lo que quedaba del mundo con las pupilas encogidas.

Distinguí media docena de taxis aéreos que se acercaban volando hacia nosotros. Me removí incómodo, porque no sabía si eran vehículos aliados o enemigos, pero me tranquilicé al ver a los miembros de PRISMA haciendo señales para que estacionaran.

Utilizar ese medio de transporte era un lujo del que yo había podido disponer pocas veces en mi vida. Las tarifas para acceder al servicio eran altísimas, por lo que la clase media solía contratarlos solo para ocasiones especiales como bodas, graduaciones o cumpleaños de quince.

—Los transportes los llevarán a alguno de nuestros campamentos de refugiados. Allí encontrarán un lugar cómodo para descansar y PRISMA los proveerá con agua y comida —dijo un miembro del partido y, poco a poco, organizó a los refugiados para que se ubicaran en cada uno de los vehículos—. ¡Suba al transporte dos! —le indicó a Fernando quien me miró en busca de ayuda.

—¡Nosotros cinco estamos juntos! —exclamé.

Marina tomó la mano de Fernando.

—¿Son familiares? —me preguntó el hombre.

—Sí —mentí.

En aquella pesadilla apocalíptica esas personas eran lo más cercano que tenía y me aterraba que nos separaran.

—¡Estoy solo! ¡Yo puedo tomar su lugar! —se ofreció el hombre de voz áspera que había hablado cuando los miembros de PRISMA nos encontraron.

—¡Ayuda! ¡Agua, por favor! —gritaba una mujer a la distancia.

—Hay alguien atrapado —advertí.

—¡Ya nos encargaremos de rescatar a todos los sobrevivientes que podamos! ¡Señor, aborde el segundo transporte y ustedes cuatro y la niña pueden subir al tercero! —indicó el hombre y obedecimos.

Fernando se acomodó en el asiento de adelante junto a la conductora y yo me senté en la parte de atrás en el medio de Marina y Lara que tenía a Kathya alzada.

—Nunca subí a una de estas cosas. ¿Es seguro volar en esto? —preguntó Fernando mientras se colocaba el cinturón de seguridad.

—Hay muy pocas posibilidades de que estos autos fallen. Aunque un misil podría hacernos estallar en cualquier momento —dijo Marina y sus palabras hicieron que Kathya se pusiera a llorar.

—No se preocupen. PRISMA ya puso en marcha el domo antimisiles y estos vehículos son muy seguros —explicó la conductora del taxi que iba vestida con el mismo uniforme blanco que los hombres de la estación.

Kathya dejó de llorar y señaló un objeto que colgaba del espejo retrovisor. Observé con atención que se trataba de un prisma de base triangular en cuyo interior flameaba la figura del ave fénix.

—¿Sos del partido? —le pregunté a la mujer.

Necesitaba distraerme y apartar la vista de lo poco que quedaba de la ciudad que me vio crecer.

—Sí. Me afilié a PRISMA hace dos años, más o menos. Estoy feliz de haberlo hecho. Fue el único partido capaz de anticiparse a los movimientos de la Coalición de las Tres Américas. Si no hubiéramos actuado a tiempo, en este momento no quedaría ni una sola persona con vida en el país. El daño fue inmenso, pero podría haber sido mucho peor —explicó.

—¿Dónde está el refugio? —pregunté.

—Existen varios puntos en el que establecimos campamentos seguros. Los voy a llevar al que está en el predio de lo que solía ser Tecnópolis y que fue reacondicionado para funcionar como un centro de aislamiento durante la gran pandemia. Estarán muy cómodos allí.

La jaula del fénix✔️Where stories live. Discover now