00 | Años de crueldad dorada

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Pocos meses después de su llegada al barrio, Diavolo desapareció de allí.

Mientras que los demás evitaban acercársele, Dio había aprovechado que el porche abandonado donde dormía siempre estaba vacío para ir colándose en sus horas de más trabajo y, con el sigilo de un felino, tomar, poco a poco, primero un puñado de monedas, después un billete, tres, hasta que, impulsado por el deseo de disfrutar su reacción y la sensación, hirviente y enfermiza, de que no había allí nadie capaz de derrotarlo, un mediodía se llenó los bolsillos con todos los objetos de valor que Diavolo tenía escondidos y huyó a su escondrijo, que se había asegurado de mantener en secreto desde su llegada.

No eran leyendas, los rumores que corrían sobre la capacidad mortal de Diavolo. Aquella noche salió de su porche con el rostro retorcido en una mueca inhumana y agarró por el cuello a uno de los chicos que, por su situación deplorable, seguían trabajando hasta bien entrada la madrugada. Sólo quedaban expuestos fuera él y sus dos hermanos, igual de demacrados: su adicción a la cocaína había dejado en la miseria a su familia y, aunque se relacionaban poco con los demás, eran conocidos por la zona. Solían llamarlos "los tres fiambres".

—¡¿Quién ha sido?! —rugió Diavolo. Pasaban ya de las cuatro de la madrugada, pero sus bramidos hicieron reaccionar a los que tenían escondites más cerca, que se asomaron para ver qué pasaba. Ninguno se acercó a ayudar—. ¿Quieres que te arranque estos ojos, estropajo? ¡Dame el puto nombre! —Con la respiración entrecortada y ruidosa, deslizó el pulgar hasta el párpado izquierdo del chico para acariciarlo como si quisiera hundírselo en el cráneo—. Les gustan, ¿eh? ¿No es lo único que les gusta a tus clientes?

Su tono se había vuelto venenoso, pero la desesperación lo hacía sonar una octava más agudo de lo normal. Sacudió al muchacho, que, desamparado y débil por la enfermedad, intentaba apartarlo poniendo ambas manos entre su pecho y el de la amenaza. Pero era un esfuerzo inútil. Aunque no hubiese estado perdido en la neblina mental de las drogas, el resultado ya estaba decidido.

Varios volvieron a meterse en la seguridad de sus agujeros. De todos modos, los tres fiambres no tenían amigos allí.

—¡Habla! ¡Habla! ¡Respóndeme!

Un sollozo ahogado estremeció al muchacho. Parecía más inseguro que asustado, como si le costase entender qué estaba pasando o qué le exigía responder aquel hombre enfurecido que clavaba las uñas en sus hombros y le torcía el brazo, pero la rabia con que escupió la última palabra Diavolo fue suficiente para inclinar la balanza hacia el terror.

—¿Qué...? ¿Qué debo...?

—Mi dinero. —Ahora hablaba más lento, deteniéndose en cada palabra, con una furia calmada infinitamente peor—. ¿Quién ha tomado mi dinero? Tú debes saberlo, ¿verdad?

Seguía agarrándolo del brazo con fuerza, completamente inmóvil. Vanilla Ice, quien a la mañana siguiente le contó lo sucedido a Dio, había estado tentado a irse ante este nuevo tono, pero parecía que el fiambre, estúpido e inconsciente como era, se relajó al notar que su agresividad disminuía y acabó de condenarse.

—Ah. No he visto... —Se detuvo unos segundos. Diavolo estaba de espaldas a Vanilla en aquel momento, por lo que sólo pudo ver cómo los ojos púrpura oscuro del chico se abrían súbitamente de pánico y su voz se volvía atropellada y aguda. Más tarde lo comentarían: era como si, a medio hablar, hubiese percibido algo mucho más monstruoso y antinatural en el rostro de su atacante—. No estábamos aquí, entonces —murmuró, cada vez más rápido—. No estábamos... Hoy hemos cambiado de zona. Un poco más lejos. No sé... No sé quién... Ni cómo... Por favor... —Seguía levantando las manos de forma instintiva para protegerse. Echó un vistazo desesperado a su alrededor y un jadeo roto atravesó su garganta al darse cuenta de que sus hermanos habían desaparecido como todos los demás—. Por favor, yo de verdad no sé nada.

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⏰ Last updated: Nov 28, 2021 ⏰

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Entrega de oro negro [JJBA: Dio × Pucci]Where stories live. Discover now