Matices de la luz

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Shades of Light


El Segundo Jade de Lan tocaba todas las mañanas el guqin para su pequeño hijo que por el momento, todavía dormía cerca suyo en el jingshi, de manera que cuando Lan Yuan despertaba, era siempre a los dulces sonidos de las melodías acariciando su oído. De vez en cuando también había un conejo al interior de la casa y podía jugar con el una vez que terminaba su desayuno por completo sin hablar.

Aún así Lan Wangji no era demasiado severo, corregía al niño con firmeza pero indulgentemente y a menudo con su propio ejemplo, no es que Lan Yuan fuera muy travieso de todas maneras.

Fue realmente grato descubrir en Lan Yuan con el paso del tiempo, entusiasmo y gentileza tales que Lan Wangji sólo había encontrado en una persona hasta entonces.

A menudo hablaban o más bien Lan Yuan hablaba, por horas acerca de las cosas que habían capturado su interés durante el día y aunque Lan Zhan respondía mh con un suave tono de voz desde su garganta, el pequeño no parecía nada incómodo pues lo aceptaba tal y como era, sin juzgar.

Se había adaptado muy rápidamente a las costumbres de la secta y se mostraba tan dispuesto que incluso alguien tan rígido como su tío, parecía cada vez más encantado con los talentos innatos del niño.

Una vez a la semana, Lan Wangji lo llevaba a dar un paseo por el bosque, entre las cascadas y los manantiales hasta el campo donde los pequeños conejos vivían y ahí pasaban horas jugando y a veces en silencio, disfrutando solamente de la compañía del otro.

No había nada inusual en su rutina o algún indicio que pudiera dejar en evidencia que de hecho Lan Wangji estaba pagando aún la penitencia de sus crímenes y así las hubiera, él se habría asegurado de que la vida de Yuan no fuera nada distinta.

No obstante, con la guía de su tío y sólo después de haber copiado unas tres mil veces Virtud y Rectitud, Conducta y Deber, es que poco a poco retomó las tareas que dejó de lado durante estos años y se le permitió dejar la reclusión para incorporarse nuevamente a su lugar como el heredero de Lan QiRen, vigilante de las normas que los habían regulado por siglos.

Pronto volvió a servir como la mano derecha de su tío, impartiendo las clases de lectura musical por la mañana y por la tarde, se encargaba de supervisar que los discípulos más jóvenes cumplieran correctamente con sus castigos.

Lan QiRen no podía estar más que contento, pues había recuperado a su sobrino de las garras del mal después de que este entendiera que todas las decisiones que se tomaron entonces habían sido por su bienestar.

-Sí, tío-decía Wangji después de escuchar una vez más las razones por las cuales un cultivador demoníaco resultaba una agravio a las buenas costumbres.

En opinión de Lan QiRen, qué importaba si el niño que había traído su sobrino venía de un linaje infame, era un pequeño precio a pagar por tener de vuelta a su alumno pródigo en el cauce de las buenas aguas y además, después de todo, el sanador le aseguró que el niño no recordaba nada debido a la fiebre que lo aquejó tiempo atrás.

Tarde a tarde, en el acaecer del día, citaba la quincuagésima segunda regla para que Wangji, de rodillas en el Minshi escuchara y se lo grabara en su mente tal como las reglas habían sido grabadas en el muro por el mismo Lan An.

Erradica el mal, establece leyes y la bondad será eterna.

¡Cuánta verdad! ¡Cuánta sabiduría! Pues después de erradicar el mal, muerto el Patriarca de Yiling, el mundo de la cultivación estaba en armonía y paz, una nueva era dorada.

Lan Xichen también era consciente de todos los cambios, y a pesar de que durante un par de años se mantuvo preocupado por su hermano menor, especialmente después de haber presenciado el doloroso castigo al que fue sometido, y tras haberlo cuidado diligentemente en su agonía hacia su recuperación, ahora podía ver en el rostro de Wangji absoluta determinación, que estaba en paz consigo mismo y que su hermano había avanzado más allá de esa confusa etapa de su vida.

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