Capítulo 4: Give me some

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Mientras todos suplicaban al señor Haddock para que asistiera a la fiesta, él desvió la mirada hacia mí. Sus ojos buscaban mi aprobación, quería que yo le rogara su presencia. Esos ojos.

-Ánimos, señor Haddock. Solo es una fiesta.- Comenté, cruzándome de brazos de forma desafiante. ¿Por qué? ¿Por qué no podía resistirme ante él? Era imposible. Incluso sabiendo que NO quería que fuera, al mismo tiempo deseaba con todas mis fuerzas que lo hiciera. ¿Por qué?

-Supongo que me pasaré por una hora, al menos.- Cedió él, mientras suspiraba. Sus labios formaron una sonrisa al escuchar mi comentario y, luego de bajar la mirada algo avergonzado ante el festejo por parte de toda la clase, volvió a mirarme a únicamente mí. Era demasiado confuso.

Nuevamente logró confundirme a mí misma, puesto que horas antes de la fiesta estaba completamente nerviosa. ¡Iba a encontrarme con el señor Haddock ahí! Debía estar hermosa; ser el centro de la atención. Incluso si con mi cabello ya era llamativa, ahora tenía que tener todos los ojos sobre mí. Aunque solo me importaran un par de ellos.

Mamá me regañó por salir vestida tan provocativamente, aunque claro exageraba bastante. Llevaba una falda negra, un top blanco y zapatos de tacón azules. Completé mi atuendo con múltiples brazaletes en ambos bazos y un collar largo de perlas azules. Mi cabello estaba suelto y revuelto, aunque por la humedad se encontraba mil veces más alocado que todos los días.

Astrid pasó en mi búsqueda a eso de la una de la mañana, lo suficientemente tarde para que la fiesta ya haya comenzado, pero no tan tarde para perderse de nada. Al llegar, nos encontramos con la casa de Patán repleta de gente, muchas más personas de lo que habían únicamente en nuestro instituto. Luego de saludar a varias personas, Astrid se marchó con Eret y yo comencé mi búsqueda de la única persona que me importaba encontrar esa noche.

Recorrí toda la casa y patio, pero no había señales del señor Haddock. Se hicieron las dos de la mañana y aún nadie lo había visto. Me decepcioné y me culpé a mí misma por ilusionarme tanto con nuestro encuentro. Comencé a beber involuntariamente. Cada vaso que alguien me alcanzaba era suficiente. Cada cigarrillo que mis manos se veían capaces de alcanzar me los llevaba a la boca y los inhalaba. Estaba furiosa conmigo misma por haberme arruinado la noche. Me odiaba por ilusionarme. Odiaba al señor Haddock por fallarme. Lo odiaba por no corresponderme.

Mis pies se movían solos, la gente me rodeaba, me tocaba y yo los tocaba a ellos. Luego de ciertos vasos comencé a divertirme. Bailaba con cualquier chico, reía con cualquier chica. Estaba bien. No necesitaba al señor Haddock.

Chocando con los cuerpos sudados de varios adolecentes que se movían al compás de la música, tropecé con Patán. Él me sonrió y luego de tenderme un vaso de plástico repleto de Vodka, se acercó juguetonamente a mi oído.

-Tengo algo para ti.- Me gritó, aunque con la música a aquel volumen parecía un susurro. Sonreí con curiosidad luego de beber todo el contenido de mi vaso. Él me tendió su mano y en ella se encontraba una pequeña pastilla.- Éxtasis, hermosa.- Me explicó. Sin dudarlo, tomé la pastilla y me la llevé a la boca. Patán tomó una botella de cerveza y me la alcanzó, para que pudiera bajar la pastilla más fácilmente.

A partir de ese momento, todo fue felicidad. ¡Dios, tocaba las nubes! Todos sonreían en mi mundo. Todos estaban felices de verme y no existía un señor Haddock que me entristeciera. Me divertía como nunca y toda sensación que recorría mi ser era placentera. Cada célula de mi cuerpo parecía interpretar los estímulos multiplicados por mil. Cuando alguien me rozaba, la excitación subía y yo jadeaba. Gemía de placer ante los besos de cualquier extraño, la música se movía conmigo, no al revés; y el alcohol sabía de maravilla... me refrescaba más que el agua.

Agua, también recuerdo eso. Sentía como me deshacía de mis prendas y me arrojaban a la piscina. Todo mi cuerpo experimentaba el agua helada de forma grata y por alguna razón sentía como si todo, absolutamente todo, estaba bien. No había padres que se odiaban, no había hermanos tristes, no había señores Haddocks que me desilusionaran. Solo era yo.

En cierto momento, mi mente volvió de repente a la normalidad y me encontré a mí misma tendida en una cama, sobre un chico al cual no conocía, besándolo de forma desenfrenada. El me tocaba todo el cuerpo y sentía sus sucias manos en mi intimidad, moviéndose libremente. Comprendí que gemía, hasta que me paralicé por completo, dándome cuenta de lo que ocurría.

Salté de la cama ahogando un grito y el muchacho me pedía explicaciones. Sus labios rogaban que volviera a su lado, pero yo, confundida y asustada, solo llegué a tomar mi ropa interior (Que fue lo único que encontré) y salí corriendo de allí.

La fiesta parecía haber incrementado su ferocidad en vez de haberse tranquilizado y todo el mundo bailaba o pegaban sus cuerpos los unos con los otros. Pasé al lado de un espejo y me vi mojada, con el maquillaje hecho un caos y una de las tiras de mi brasier desprendidas. Comencé a temblar de ansiedad. ¿Qué había hecho? ¿Cómo había llegado a eso? ¿En qué momento me descontrolé tanto?

Caminé por la sala del hogar hasta llegar al patio delantero. Corrí hasta un árbol que se encontraba a unos metros de la entrada de la casa y posé una mano sobre su tronco. Todo me daba vueltas y tenía recuerdos borrosos que me atacaban de la nada. Fue demasiado, por lo que comencé a vomitar todo lo que había recibido mi cuerpo en las últimas horas. Con una mano sobre el árbol para no perder el equilibrio y la otra sosteniéndome el cabello, expulsé fuera de mi cuerpo toda sustancia maligna al mismo tiempo que lloraba con desesperación. Estaba avergonzada, quería encontrar mi ropa e irme. Me sentía destrozada, sola y muy, pero muy triste. Todo estaba mal en mi vida.

-¿Mérida?- Una voz familiar llamó mi nombre a mis espaldas y yo me quedé estática. Era él. El hombre que había buscado toda la noche y que se dio por aparecer en mi peor momento. No podía mirarlo, me sentía destruida. Escuché pasos que se acercaban a mí y lo único que pude hacer fue levantar la mano hacia él mientras cubría mi rostro sin darme completamente la vuelta.

-No.- Rogué, entre sollozos. Los pasos cesaron.

-Mérida, déjame ayudarte.- Repitió él, despacio. Podía notar cómo se acercaba a mí lentamente y mi mente no se decidía si quería correr a él para abrazarlo o darle una bofetada.

-No quiero tu ayuda.- Escupí, de mala gana. Podía sentir su cuerpo a centímetros del mío, pero seguía sin mirarlo.- Solo déjame en paz.- Le pedí, pero al sentir cómo su mano tomaba mi brazo con delicadeza, el cansancio y el estrés se apoderaron de mi cuerpo, haciéndome caer desmayada.

[Mericcup] Teach me how to LoveWhere stories live. Discover now