Las señales del cielo pueden ser bastante literales; y algunas incluso duelen

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Una taza caliente de café suena como una excelente forma de empezar el día.

Excepto para aquellos que odian el café.

Como yo.

Sin embargo, a pesar de haberle recordado mil veces a mis compañeros que no soy amante de esa bebida, decidieron que el regalo perfecto para celebrar mis dos meses de trabajo en el Museo de Arte de Seúl sería una taza para café. No sé si realmente esperaban que bebiera café de ahí pero para no dejarla perder la empecé a usar como vaso de agua. Eso era cuando no metía mis lápices dentro, claro.

'Para la mejor guía representante del mundo', decía la taza. No sé qué tanta experiencia puedas adquirir en dos meses, pero dudo firmemente que sea suficiente como para otorgarte semejante título.

Mi oficina era pequeña ya que aún era una aprendiz, pero era cómoda y para mí, acogedora. Tenía un escritorio rectangular ubicado justo en frente de la puerta, la cual tenía el cristal cubierto por una persiana beige, que me permitía ver la blancura del pasillo del otro lado. A ambos extremos del escritorio habían pilas y pilas de cajas llenas de archivos. El encargado del museo había insistido en que trabajara con su base de datos, ya que sería mucho más práctico, no obstante, le pedí los informes en físico debido a que, por experiencia, me he dado cuenta de que muchos informes pierden detalles al ser transcritos.

Justo estaba terminando mi segundo informe del día cuando tocaron a mi puerta. Sin tener tiempo de hablar, esta se abrió, revelando a un chico bajo con gafas de montura que hacían ver su cara considerablemente pequeña — Jaehyuk.

—Mia, llamaron del Instituto Hongik, el bus llegará en unos 20 minutos.

Como guía representante, tenía el deber de guiar a los grupos que vinieran de visita informativa al museo, junto con Jaehyuk. La visita de hoy había sido programada para el curso de cuarto grado del colegio Hongik.

—Está bien, saldré en unos minutos. Dile a Soojin que me llame al teléfono cuando lleguen.

El chico asintió brevemente con la cabeza y se despidió.

En mi tiempo trabajando para el museo me he dado cuenta de ciertas cosas, por ejemplo: no sé qué es peor, si recibir visitas de adolescentes o de niños.

Los adolescentes tienen problemas para valorar el arte y su desinterés se muestra desde el momento en el que entran e introducen sus audífonos en los oídos, bloqueando totalmente el mundo exterior —incluyendo mis explicaciones—; por otro lado, los niños vagamente podían discernir la importancia de tus palabras. Aunque a estos últimos poco podía culparlos. Quizá los pobres chicos solo quieran salir a jugar y lanzarse barro en la cara.

Ahora bien, no los metamos a todos en una misma bolsa. Muchos grupos de jóvenes que han venido han tenido estudiantes bastante interesantes. Aunque el porcentaje sea un 30/70, me alegra ver algunas caras sorprendidas y llenas de emoción mientras muestro las obras más importantes del establecimiento.

Sobre el teclado, mis manos se movían con rapidez y destreza, marcando cada una de las palabras que conformaban mi informe diario en el Word. Para cuando cerré la pestaña, el teléfono empezó a sonar.

Me paré de un salto y, sin contestar, agarré mi chaqueta y me la coloqué, apagando la luz de mi oficina y saliendo del lugar.

La luz blanca del pasillo de personal autorizado brilló en mi rostro, haciéndome entrecerrar mis ojos un poco. Finalmente di con el interior del museo, más específicamente, al área de arte contemporáneo. El aroma a pintura de óleo y aceites me golpeó en la nariz. Alguna que otra mota de polvo me hizo estornudar pero enseguida recobré mi postura.

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⏰ Última actualización: Nov 29, 2021 ⏰

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