51. Capitana Gómez

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Luisita la miró algo confusa, pero entonces, algo hizo click en su cabeza y sonrió al encontrar sentido a aquella visita.

– Me da que no soy la única a la que has venido a ver, ¿no?

– Bueno, es que ya que he estoy aquí, me preguntaba que si está Eva, quizás pueda quedarme con ella un rato.

Luisita la miró bien y reparó por primera vez en que su novia tenia una bolsa en la mano.

– ¿Qué llevas ahí?

– Nada, que he cogido uno de los libros de la librería para donarlo aquí y que tengan algo que leer.

La rubia estudió la portada y se rio al darse cuenta de la temática.

– ¿Es un libro sobre jirafas?

– ¿Qué pasa? Me parecen unos animales interesantes. – respondió la morena algo avergonzada al haber sido descubierta sus intenciones.

Luisita se mordió la sonrisa, porque realmente nunca se había imaginado que Amelia acabaría teniendo un vinculo tan fuerte con una niña.

– Eres adorable, pero creo que no has acertado.

– ¿Por?

– Amor, tiene cinco años, no sabe leer.

Amelia miró el libro y maldijo lo poco que sabía sobre esa edad.

– Bueno, yo se lo leeré.

– Seguro que eso le gusta mucho más que leerlo sola. – le respondió Luisita con una sonrisa haciendo que a su novia se le dibujara otra.

El sonido de unos golpes en la puerta las sacó de su mundo, para descubrir a un niño que asomaba tímidamente la cabeza.

– Entra Marcos, Amelia ya se iba. – dijo Luisita con aquella voz dulce que tenía reservada para aquellos niños, que hacía que la ojimiel se derritiera. – Oye, ¿sabes dónde está Eva?

– Si, está en la sala de juegos. – contestó al niño.

– Iré a buscarla, después nos vemos cariño.

Luisita se rio mientras su novia salía del despacho dejando a aquel niño algo confuso por haber usado aquel apelativo.

– Venga, ¡pórtate bien! – bromeó Luisita antes de perderla totalmente de lista.

Amelia caminó por aquel pasillo intentando recordar cual era aquella sala, y tras equivocarse en un par de puertas, finalmente, abrió la de la sala de juegos y ahí la vio, sola, cabizbaja, con su peluche de jirafa y el corazón de Amelia se le hundió en el pecho. Se permitió unos segundos para estudiarla, para ver cómo a pesar de tener uno de los ojos más bonitos que había visto nunca, tenían una tristeza que sobrecogía. Tenía su pelo castaño suelto y Amelia se dio cuenta de que estaba demasiado largo y mal cortado, como total signo de dejadez. Ninguna niña debería tener ese aspecto porque sólo hacía ver que su madre ni si quiera la miraba lo suficiente como para darse cuenta de lo abandonada que tenía a su propia hija. Otra vez aquella rabia de la que estaba tan poco acostumbrada se apoderó de ella, porque sólo la había sentido al pensar en su padre o en Bea por ser personas que le habían demasiados motivos para sentirse así, pero nunca una desconocida.

Sin embargo, esa rabia se disipó inmediatamente cuando Eva levantó la cabeza y sus ojos verdes se iluminaron al verla.

– ¡Melia! – dijo con una sonrisa tan amplia que enseñó todos sus dientes.

Si, definitivamente, esa rabia había desaparecido, su interior se inundó de un amor tan real y puro, porque ser el motivo de felicidad de alguien que vive en un infierno que ella conocía tanto era inexplicable.

Un refugio en ti (#1)Where stories live. Discover now