48. Tú y sólo tú

Start from the beginning
                                    

Amelia miró a su mejor amiga para demostrarle que, aunque se hubiese equivocado en genero, ese día llegaría y todas lo sabían.

Luisita tocó finalmente el timbre y la sonrisa de Pelayo no tardó en aparecer tras la puerta.

– Pero qué tenemos aquí, a lo más florido de Chamberí, mis charritas.

Las tres sonrieron ampliamente, aunque era obvia la inseguridad que escondía la de Amelia.

– ¿Qué hay, abuelo? – dijo María mientras le dejaba un beso en la mejilla.

– Pues aquí esperándoos, que hoy pinta que va a ser una buena comida. – dijo tan alegre que era evidente que ya sabía sobre la relación entre su nieta y la ojimiel.

Luisita repitió el gesto de su hermana recibiendo una sonrisa significativa y se unió a María a ayudar a poner la mesa. Amelia se quedó en la puerta con esa absurda sensación de no saber muy bien cómo actuar, y para su suerte, Pelayo siempre sabía qué hacer y qué decir. Se acercó a ella y en cuanto posó sus manos en los hombros de la morena, se le iluminaron aquellos ojos miel.

– Lo normal sería darte la bienvenida a la familia como la novia de Luisita, pero tú entraste en la familia hace muchísimo tiempo, así que lo único que puedo darte es un abrazo.

Sus ojos se le empañaron aun más. Sabía que, como siguieran diciéndole ese tipo de cosas, terminaría llorando.

– No necesito más.

Le abrazó con ese cariño que sólo saben transmitir los abuelos y tanto María como Luisita vieron la escena desde lejos mientras sonreían felices. Todas sabían perfectamente que la reacción de Pelayo no sería para menos, y que estaría más que contento con aquella relación, sin embargo, había una persona que aún preocupaba un poco a Amelia, porque era la única de la que aún no sabía absolutamente nada de su reacción.

– Oye, ¿y Manolita?

– Esta en la cocina terminando el postre.

Amelia asintió y Pelayo pudo leer las dudas y el miedo en sus ojos, así que le dio un beso en la mejilla de la morena antes de que esta se adentrara en la cocina, pero al entrar, sus miedos se disiparon, porque a Amelia le invadió el único olor que le traía buenos recuerdos de la casa Ledesma. Manolita se dio cuenta de su presencia y se giró para mirarla, revelando lo que estaba haciendo y la ojimiel sonrió al confirmar sus sospechas.

– ¿Son torrijas de leche?

– Y no sólo eso, sino que están hechas con la receta de tu madre. Pretendía hacerte algo especial para la ocasión.

Amelia se emocionó y sólo le salió aquella culpa que llevaba sintiendo demasiados años.

– Yo... lo siento, debería...

Manolita le sonrió con cariño al ver cómo a Amelia se le trababan las palabras.

– ¿Habernos pedido permiso? – la ojimiel la miró sorprendida por lo mucho que la conocía aquella familia y Manolita se acercó a ella. – No estamos en los setenta y sois adultas. No te sientas culpable, Amelia. Tú le has traído a la vida de mi hija la luz que necesitaba para volver a florecer.

En ese momento entró en la cocina aquella persona que aún le faltaba por ver y se colocó junto a su mujer, pasándole el brazo por la cintura abrazándola, y aquella imagen tan paternal simplemente la conmovió. Los quería y eran aquel espejo dónde llevaba mirándose desde que era pequeña, aquel ejemplo a seguir que siempre quiso. Y ahora, esas dos personas que tanto admiraba, la miraban con un orgullo que le llenaba el pecho.

Un refugio en ti (#1)Where stories live. Discover now