48. Tú y sólo tú

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– Que te calles.

Cogió un cojín del sofá y golpeó a la ojimiel con él, pero lo único que consiguió fue que Amelia empezara a hacer ruiditos de besos haciendo que María estuviera cada vez más y más ruborizada.

– ¿Qué estáis haciendo?

Ambas se giraron para ver a Luisita de pie mirándolas totalmente extrañada por la escena que se había encontrado.

– Nada, esta mujer, que es una payasa.

Amelia miró a su novia, tan confusa, tan guapa y tan preparada para salir, que volvió de golpe todo aquel nerviosismo por aquella comida. Se levantaron del sofá, se adecentaron la ropa y se dirigieron hacia la puerta para salir de ahí de una vez.

En cuanto María cruzó el umbral, Luisita detuvo a Amelia para quedarse a solas aunque fuera por unos segundos, porque la conocía y había percibido su ansiedad nada más mirarla.

– ¿Estás bien?

Amelia simplemente asintió con una tierna sonrisa y, aunque Luisita no se la creyó, le devolvió la misma junto a un suave beso. Y ahora sí, las tres salieron de allí hacia la plaza de los frutos.

Sin embargo, conforme avanzaban, más y más crecía la ansiedad de Amelia, y en cuanto estuvieron en la puerta de los Gómez y Luisita estuvo apunto de tocar el timbre, la ojimiel le agarró la muñeca deteniendo el movimiento de su mano, haciendo que ambas hermanas la miraran confundida.

– ¿Amelia? – preguntó la rubia.

– Que no puedo, que no.

– ¿Pero que dices? Llevas viniendo todas las semanas desde hace meses.

– Pero ahora es diferente, ahora me van a ver con otros ojos. Tu padre puede que lo llevara bien con el shock inicial, pero de ayer a hoy ha podido cambiar de opinión.

– Amelia no digas tonterías, mi padre te adora.

– Si pero eso era cuándo aún era "Amelia, la mejor amiga de María", ahora soy "Amelia, la que se tira a mi pequeña".

Después del silencio que creó esas palabras lo único que rompió el momento fue la risa de María. Amelia la miró con el ceño fruncido y su hermana pequeña le dio una mirada como reprimenda.

– Perdona, es que me ha hecho gracia. Pero Luisi tiene razón, nuestro padre te tiene en un pedestal, podrías ser perfectamente su favorita de nosotras tres.

– Ya, María, pero es que del pedestal una se puede caer muy rápido.

Ambas vieron el miedo en aquellos ojos miel de perder a los únicos padres que le quedaban y en realidad, ninguna pudo reprochárselo.

– Amelia, cariño, que esto se lo esperaban todos. A nadie va a sorprenderle y nadie lo va a llevar mal, probablemente lo asumieran incluso antes que vosotras. Así que tranquilízate todo va a ir bien. – le sonrió María pero aquella actitud duró poco. – Y venga ya que tengo hambre, caramba.

Amelia se sorprendió por la impaciencia de su mejor amiga, pero tampoco se lo reprochaba, seguramente se vería como una idiota por preocuparse por cosas por las que no debía ni tenía motivos. Luisita se acercó a ella y sus ojos le transmitieron toda la tranquilidad y confianza que necesitaba.

– Mi amor... – le cogió una mano para entrelazar sus dedos. – juntas, ¿vale?

Amelia asintió y Luisita sonrió antes de acunarle la cara con sus manos para dejarle un beso que terminó de calmarla.

– Sois asquerosamente adorables. – dijo María fingiendo asco, porque en realidad no podía estar más contenta por ellas

– Ya te tocará a ti venir a presentarles a tu chico misterioso. – dijo su hermana pequeña.

Un refugio en ti (#1)Where stories live. Discover now