Capítulo 1: Mirada ausente

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Elizabeth corría, con el aire congelando las lágrimas de sus mejillas. La noche era tensa y silenciosa. Se sintió observada, como si cada paso que diera fuera vigilado por ese demonio. Volteaba constantemente solo para darse cuenta de que estaba sola, sin que eso lograra tranquilizarla. Quizá no podía verlo, pero no dejaba de sentir esos ojos anaranjados atentos a cada paso. La falta de ropa no ayudaba, haciéndola sentir expuesta y manteniendo su miedo a flor de piel. El ardor golpeaba en su garganta cada que intentaba pasar saliva, producto de tantas lagrimas retenidas y lo mucho que se esforzaba por tragar su coraje y tristeza para no mostrarse destrozada. Las ramas caídas perforaban sus pies sin piedad haciéndolos dejar un pequeño rastro de sangre en cada pisada, jadeando por seguir de pie.

Una mano en su cuello la frenó en seco, tirándola de espalda al suelo, utilizando tanta fuerza que pudo escuchar como sus costillas tronaron con el impacto. Esos iris naranjas la miraron desde lo alto, marcando en sus labios una sonrisa triunfal.

Cedric había atrapado a su presa.

La chica despertó sobresaltada sentándose de golpe, gritando de miedo, con la frente sudorosa y los latidos de su corazón bombeando de forma irregular. Sintió una aterradora sensación de Deja vu, jurando que no era la primera vez que soñaba con algo así.

En una rápida inspección a su alrededor no logró reconocer en donde se encontraba. Las paredes eran negras y como de costumbre, el lugar carecía de ventanas. La base de la cama también era negra, al igual que los muebles del lugar que eran adornados por lámparas grises. Lo único blanco ahí eran el cubrecama y las almohadas, cuyo aroma le resultaba familiar.

Escuchó una puerta abrirse y de inmediato Gabriel apareció a su lado. El demonio de cuencas carmín se detuvo abruptamente al lado de la cama, observándola con preocupación, consiente de sus acelerados latidos. Después de una semana inconsciente por fin abría los ojos.

La humana bajó la cabeza, cerrando los ojos en un intento por calmarse. Recordando la desnudes de su sueño cubrió su torso con los brazos para protegerse, dándose cuenta de que esta vez iba vestida. Estaba confundida. Recordaba correr por su vida y de pronto ya se encontraba en una mullida cama.

—¿Estas bien? —la voz del demonio retumbó en sus oídos, provocándole una extraña sensación de alivio.

Pasó saliva sin lograr comprender sus sentimientos con ese hombre. Antes de encontrar sus cartas con Anael, Gabriel y ella llegaron a estar incluso un tanto unidos. Él no volvió a tocarla ni a intentar forzarla, respetando su embarazo. La cuidaba llevándole las mejores comidas, vistiéndola con la mejor ropa, regalándole libros y dándole incluso a su gatita para que le hiciera compañía. Ellos no eran amigos, o mantenían siquiera una conversación, pero él dejó de hacerle daño, hasta que Cedric descubrió las cartas y se lo hizo saber.

El demonio enfureció, torturando tanto a Anael como a ella, para después dejarla al cuidado de Cedric, autorizando su adiestramiento y, sin embargo, apareció para "rescatarla" cuando su amigo estuvo a punto de matarla.

Elizabeth no sabía como sentirse al respecto. Asintió contestando a la pregunta de su amo, sin atreverse a mirar en su dirección. No sabía siquiera como quería que se comportara en su presencia. Antes el demonio permitía que su esclava le sostuviera la mirada siempre y cuando estuvieran solos, pero tras lo ocurrido, prefería tomar distancia y comportarse justo como Cedric le enseñó. Ya no quería que la maltratara.

—Elizabeth —la voz de Gabriel dejaba ver un ligero tono de preocupación que la chica no supo identificar.

Ella abrió los ojos al escuchar su nombre, esperando con temor alguna orden que nunca llegó.

Cautiva de un demonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora