De haber sido mi madre, lo habría puesto en su lugar y luego habría corrido con un abogado para comenzar los trámites de divorcio. Pero eso era imposible para ella. Todo estaba en su contra: No trabajaba, la casa estaba a nombre de papá, el auto también y mis hermanos, ignorantes ante la situación del engaño, defenderían al desgraciado de mi padre. Estaba atada, acorralada; mamá no tenía otra opción que seguir con mi padre. Fue entonces cuando me juré a mí misma que nunca dependería de un hombre por más amor que sintiera por él. Enamorarse era para idiotas y yo no era una de ellos.

Una mañana, cuando el timbre sonó, me sorprendió que el señor Haddock me llamara antes de que pudiera salir del salón. Rodé los ojos, puesto que sabía que quería hablar por mi comportamiento de esas últimas semanas. Mientras el aula se vaciaba, tomé posición sobre uno de las mesas del frente, mientras que él se mantenía recargado sobre su escritorio a la vez que me miraba fijamente por sobre sus anteojos. Una vez estuvimos solos, él suspiró y tomó asiento en la silla detrás de su escritorio.

-Mérida, arrima una silla en frente de mi escritorio, por favor.- Habló, volviendo la vista hacia la tarea que todos habían entregado, menos yo.

-Estoy bien aquí.- Contesté, tan repulsiva como pude.

-Mérida.- Repitió él con el reproche cargado en su voz. Decidí hacer lo que me ordenó y luego de un suspiro de fastidio, arrastré ruidosamente una silla hasta posicionarla frente al escritorio. El señor Haddock me miró con desinterés.- ¿Podemos hablar como adultos?- Preguntó. Asentí, sin mucha importancia a su petición. Iba a hacer lo que se me diera la gana, después de todo.- He notado que te has comportado diferente estas últimas semanas. Tus notas bajaron, te duermes en clase, contestas de forma descortés y ya casi no mantienes contacto con tus compañeros de clase. ¿Algo va mal?- Suspiré. Estaba loco si pensaba que iba a contarle los problemas privados de mi familia solo porque me lo pedía con aquellos ojos verdes suplicantes. Dios, incluso sabiendo lo insoportablemente estirado que era, su mirada aún me ponía la piel de gallina.

-Todo está bien, señor Haddock.- Le dije, frotándome el brazo mientras desviaba la mirada. No podía, era científicamente imposible mantener el contacto visual con ese hombre.

-Mira, no quiero ser entrometido, pero me preocupan tus calificaciones.- Comentó, mientras sacaba su anotador para luego acomodarse los lentes antes de comenzar a leerlo.- Empezaste siendo una alumna regular, pero atenta. Sacaste un siete en el primer examen y ahora tus notas no suben de cuatro. Si sigues así, reprobarás el semestre. Además, por los comentarios de mis colegas, tampoco te va demasiado bien en las demás clases.- En su voz se notaba la preocupación. Quizá fuesen por mis notas, pero aun así me parecía algo lindo que alguien se preocupara por lo menos por una pequeña parte de mí. Últimamente me había sentido muy sola.

-¿Qué edad tiene, señor Haddock?- Me sorprendí tanto a mí misma como a él al realizar esa pregunta. El carraspeó, acomodó sus lentes y soltó un suspiro, claramente incómodo.

-Veintidós.- Contestó.- Pero ese no es el asunto.- Comentó queriendo cambiar de tema rápidamente.

-Entonces no fue hace mucho que usted pasaba por mi edad.- El negó levemente con la cabeza.

-¿A dónde quieres llegar, Mérida?- Preguntó, uniendo las manos y recargando el peso de sus brazos sobre sus codos en la mesa.

-Lo que digo es, que comprenderá mejor que nadie que en esta edad todos tenemos altibajos.- Asintió, queriendo agregar algo, pero rápidamente continué.- Son exactamente esos altibajos los que me impiden concentrarme en las clases.- El señor Haddock asintió nuevamente.

-Bueno, para ser honestos, yo nunca fue la clase de... 'adolescente normal'.- Confesó, desviando la mirada. -Pero de todas formas logro comprenderte.- Soltó rápidamente. Suspiró.- Aunque eso no es excusa para olvidar el hecho de que estás por desaprobar el semestre.- Esta vez fui yo quien asintió con vergüenza, cruzando los brazos y apretando los labios.- Me apena ver que quizá mi única alumna decente decaiga tanto en sus notas. Así que te propondré un trato.- Dijo, lo volví a mirar a los ojos por primera vez mientras enmarcaba una ceja.- Dos veces por semana, más específicamente los días que tienes física, te quedarás una hora o quizá menos luego de la escuela, para que de esta forma yo te ayude con tus deberes y con las cosas que no lograste entender a la perfección. ¿Qué opinas?- Me quedé helada, tanto física como mentalmente. ¿Por qué quería ayudarme? ¿Qué clase de truco era ese? Fue tanto el tiempo que me quedé observándolo con asombro que tuvo que carraspear para traerme de nuevo a la Tierra.

-E-está bien.- Tartamudeé. Él me sonrió cálidamente y yo no pude evitar devolverle una sonrisa boba. Su sonrisa y su calidez me hacían sentirme extraña, olvidándome por un momento del insufrible profesor que había sido minutos antes de nuestra charla.

¿Otra vez? ¿Volverá a aparecer esos estúpidos sentimientos en mí? Que idiotez, jamás iba a enamorarme y menos de él. El romance no era para mí, aún no estaba lista para entregarle mi corazón a nadie y quizás, gracias al espectáculo de mi padre, nunca lo estaría.

Así que púdrase, señor Haddock, por más irresistible y tentador que sea.

[Mericcup] Teach me how to LoveWhere stories live. Discover now