Amor platónico

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Recuerdo cuando de niños él venía a mi casa, jugábamos por horas y jamás quería irse.
Era tan persistente que día a día solo se iba cuando escuchaba a su papá prometiendo traerlo a jugar conmigo al día siguiente.

A ese dulce niño de cabellos dorados como el sol y portador de una mirada celeste encantadora, le gustaba pasar tiempo conmigo, y eso se debía a que a su tierna y corta edad de ocho años, yo le gustaba.

Yo era su amor platónico.

Todavía puedo recordar el juego más peculiar que teníamos de niños...

Cuando jugábamos en el patio de mi casa, él corría detrás de los gatos que teníamos y los atrapada uno a uno para meterlos en la jaula que yo tenía apartada para encerrarlos, pero siempre lograba que dejara tranquilo a mi gato favorito. Era uno amarillo con rayas de diferentes tonalidades amarillas, y que parecía un mini tigre.

Detrás de la belleza angelical de Merlé se escondía un pequeño diablillo que yo dejaba fluir con tranquilidad, pero también dominaba.

Puede ser que pudiera controlarlo en los momentos adecuados debido a que yo le gustaba o porque era seis años mayor. No estoy del todo segura, tal vez fuera una mezcla de ambas.

Quisiera contarte más sobre aquellos días, pero han pasado diez años desde entonces y unos suaves labios besando los míos me distraen, unas manos grandes con dedos largos aprietan con firmeza mi cintura para deslizar mi trasero cubierto por unos pantalones sobre la mesa en la que estoy sentada y acercarme contra un cuerpo cálido que encaja a la perfección entre mis piernas abiertas.

Jadeo en su boca al sentir su dura erección, y lo beso con más pasión.

No enredo mis piernas en la cintura del esbelto y musculado chico, pero sí enredo mis dedos en su sedoso cabello para profundizar el beso.

Por sentir la suavidad de su cabello entre mis dedos, podría besarlo por horas.

Tanta pasión desatada hace que sus manos se deslicen en el espacio entre mi pantalón engomado y el final de mi estrecha camisa roja de seda.

El corazón me late con más fuerza con esa simple acción.

Sus pulgares tibios recorren mi piel con suaves círculos, y me eriza de la cabeza a los pies.

Un fuerte ruido a mi derecha, proveniente de la puerta del taller mecánico en el que estoy, hace que despegue mis labios del chico y ambos miremos hacia ahí.

—Lo siento, chicos. —se disculpa un hombre delgado que no alcanzo a ver bien por la luz proveniente del exterior. —No quise interrumpir. Solo vengo por una herramienta que necesito y luego me voy.

Cierra la puerta a su espalda y se acerca a la caja de herramientas que se encuentra cerca de nosotros. Ahora veo quien es, y no sé cómo proceder en esta situación. Él no nos mira, estando en cuclillas se concentra en buscar la herramienta con rapidez y camina hacia la puerta. Antes de que la abra tengo que pedirle algo:

—Carlo, no le digas a mis padres. Por favor. —digo con calma. No estoy alterada, pero si alguien le debe decir algo sobre esto a mis padres, sin lugar a dudas, debo ser yo.

—Tranquila. No he visto nada. —dice mientras da media vuelta. Sonríe genuinamente y me guiña un ojo.

—¿Por qué mi padre debería callarse? ¿Te avergüenzas de mí, Carmín? ¿Acaso es por mi edad? —la calma que siento se esfuma ante las palabras de Merlé.

No las esperaba.

Giro el rostro hacia el suyo.

Los años lo han dotado con una belleza irreal, de esas que crees que solo existen en tu propia imaginación.

Relatos Cortos © [Completa] ✔Where stories live. Discover now