Boda y destierro

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Romeo llegó primero a la celda de fray Lorenzo. Mientras esperaba a Julieta, pensaba: "Desde ahora, cualquier dolor que venga no podrá compararse al placer de un corto momento con ella. Que la muerte, destructora del amor, actúe: me alcanza con poder llamarla mía".

Como si le leyera los pensamientos, el fraile le dijo:

-Te aconsejo que seas prudente y calmo: el placer violento suele conseguir un final violento. Muere el placer en pleno fervor, como el fuego y la pólvora, que se consumen al tocarse.

La aparición de Julieta interrumpió las reflexiones del cura, que decidió empezar la ceremonia cuanto antes. Romeo y Julieta quedaron, esa tarde, unidos en matrimonio.

Con el amor, llegaría una pérdida. Poco después, Mercucio y Benvolio se cruzaron con Tibaldo y algunos de sus parientes, que buscaban a Romeo.

-¡Por mis cordones, qué miedo! -se burló Mercucio-. ¡Son los Capuleto!

Por cierto, Mercucio tenía ganas de cruzar su espada con la de Tibaldo. Y el otro ardía por batirse. Pero no habían llegado a desenvainar, cuando vieron aproximarse a Romeo, que terminaba de casarse en secreto.

-Aquí esta mi hombre -dijo Tibaldo-. Romeo, sólo quiero que sepas que te considero un villano.

-Tengo una buena razón para amarte y perdonarte la violencia. Adiós, por lo tanto -contestó Romeo.

Tibaldo no estaba dispuesto a escuchar excusas. No pensaba perdonarle a Romeo la ofensa de haberse presentado en la fiesta de los Capuleto tras una máscara.

- Tu nombre ahora me es tan querido como el mío - insistió Romeo-. Quédate contento.

Mercucio no pudo soportar esa escena.

-¡Oh, qué vil sumisión! -exclamó. Y agregó, dirigiéndose a Tibaldo-: ¡Tú, cazarratas, rey de los gatos! ¿Quiéres bailar conmigo?

Los dos desenvainaron. Romeo pidió a Benvolio que también él intercediera. Pero ya luchaban. Tibaldo esquivó a Romeo, se agachó por debajo de su brazo y lanzó una estocada que hirió a Mercucio. Al verlo caer, los Capuleto huyeron.

-¡Estoy herido! -rugió Mercucio-. Y él,¿se fue sin un rasguño? ¡Que la peste caiga sobre las dos familias! ¡Llamen al médico...!

-Va a estar bien la herida, debe de ser leve -dijo Romeo.

-No es tan profunda como un pozo, ni tan ancha como el portal de una iglesia, pero claro que está bien -contestó Mercucio-. ¿Por qué te interpusiste? Su espada pasó por debajo de su brazo.

-Creí que era lo correcto -respondió Romeo.

-Benvolio, llévame a casa de alguien. ¡Malditas sean estas dos familias!

Benvolio pasó un brazo de Mercucio sobre su hombro, ñp tomó firmemente d ela cintura y, lentamente, se fueron. Romeo quedó solo en la calle, los brazos caídos, la espada aún envainada.

"Mi mejor amigo, y pariente del Príncipe, herido de muerte por mi enemigo, y ahora también primo, Tibaldo. ¡Hay,Julieta, tu belleza me vuelve débil y ablanda mi espada!", pensó Romeo.

Benvolio volvió al rato con la cara sombría.

-Romeo, Mercucio está muerto -anunció-. Y viene Tibaldo furioso.

-Calma mía,¡vete al cielo! -clamó Romeo-. El alma de Mercucio vuelva sobre nuestras cabezas. ¡Uno de los dos irá a hacerle compañía!

Tibaldo estaba allí de nuevo con su gente. Apenas había tenido tiempo de limpiar la espada y volvía por mas sangre. Romeo lo enfrentó. El choque fue breve y Tibaldo cayó muerto.

-¡Escapa! -gritó Benvolio.

Y, aturdido por la violencia, Romeo huyó.

La voz corrió rapidamente. En pocos minutos, el Príncipe, el viejo Capuelto, su mujer y la nodriza de Julieta estaban junto al cadáver. Montesco y su esposa llegaron enseguida. Benvolio se había quedado para dar las explicaciones. Contó, brevemente, la provocación de Tibaldo, la herida de Mercucio, la breve pelea de Tibaldo y Romeo.

Como reunidos en un gran consejo callejero, los jefes de las dos familias, el pueblo, y por sobre todos ellos, el Príncipe de Verona, juzgaron los hechos.

-Miente Benvolio -dijo la señora Capuleto-. El afecto la hace mentir, ya que Romeo es uno de los suyos. Sé qie de la contienda pariciparon más de veinte. Y Romeo mató a Tibaldo. Yo digo que ahora él debe morir.

-Es cierto que Romeo lo hirió -dijo el Príncipe-, pero Tibaldo hirió a Mercucio. ¿Quién pagará por eso?

-No será Romeo -intervino Montesco-. Él era amigo de Mercucio.

El Príncipe estaba furioso y dolorido; el antiguo odio entre familias esta vez lo había tocado muy de cerca. Se había cobrado la vida de alguien de su propia sangre. Decidió, aunque Romeo había vengado a Mercucio, que el joven Montesco debía ser desterrado a la ciudad de Mantua. Apenas terminó de hablar, la nodriza salió, a todo lo que le daban las piernas, a darle la triste noticia a Julieta:

-Tibaldo está muerto, Romeo lo mató y ha sido desterrado.

La joven no podía creerlo.

-¡Angel y demonio! ¡Serpiente oculta detrás de un bello rostro! ¡Cuervo disfrazado de paloma! !Lobo y cordero! ¿Cuando el dragón tuvo una cueva así? -exclamó, desesperada; pero enseguida agregó-: Me retracto de estos insultos. Estoy hablando de mi esposo, del que más amo en el mundo. Lloro por la muerte de Tibaldo, pero mil veces más lágrimas derramo por el despierro de Romeo. No puedo creer que esto esté pasando.

Julieta se sobrepuso y le ordenó a su nodrizaque buscara a Romeo y lo llevara a su cuarto para decirse adiós.

Romeo se había ocultado en la celda de fray Lorenzo, y pronto llegó allí la noticia de que el Príncipe le había impuesto la pena del destierro.

-¡Exilio! -dijo Romeo-. Mucho peor que la muerte. Es como cortarme la cabeza con una sonrisa aún en la cara.

-No seas ingrato-repuso el fraile-.Tu falta merecía la muerte; pero el Príncipe, dejando de lado su propia ley, cambia la palabra muerte por exilio.

-No hay vida para mi lejos de Julieta-replicó Romeo-. Hasta el ratón más miserable, el perro y el gato podrán verla, y yo no. Hasta un mosca abyecta podrá posarse en su mano blanca o en su boca. ¿Todo eso para las moscas, y nada para mí?

-Tengo una armadura para esa daga de dolor que te hiere-dijo el fraile-. Se llama filosofía.

-¿Para qué quiero la filosofía, si no puede crear una Julieta, mudar una cuidad entera, revocar una sentencia? No quiero escuchar tu filosofía -replicó Romeo y cayó tomándose la cabeza, sumido en un llanto desesperado.

En eso, tocaron la puerta. El fraile entreabrió la pesada hoja de madera. Era la nodriza de Julieta, con el mensaje de su ama. La mujer rogó a Romeoque tubiera fuerzas. También Julieta, le dijo, estaba loca de tristeza y solo esperaba encontrarce con él, mientras lloraba y no dejaba de pronunciar su nombre. Entonces Romeo lebantó la cabeza, con el rotro empapado por las lágrimas.

-¿Cómo? -me sorprendió-. ¿No me consideraun asesino despreciable? Ese nombre que ella pronuncia con amor y dolor, yo quería destruírlo.

Romeo desenvainó su su espada y la alzó sobre la cabeza, con la punta dirigida a su propio pecho.

-Ya mataste a Tibaldo -le detuvo el fraile-. ¿No es suficiente con una muerte? Tus lágrimas son de mujer; con tu furia, la de una bestia. Llevado por el odio, sería capaz de matarte. El Príncipe te perdona la vida, una bella joven te ama. ¿Por qué no vas a la casa de tu amada, para darle consuelo? Pero cuidado, no te quedes hasta el amanecer o no llegarás vivo a la Mantua. Después, una vez que pase el tiempo y los ánimos se calmen, cuando las familias vean su error y se reconcilien, anunciaremosel matrimonio y podrás gozar de una vida feliz con Julieta.



Romeo y JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora