39. Abrazos impares

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No te tengo enfrente ni te tengo al lado
Pero te llevo dentro al corazón pegado
Y no pienso parar de vivir hasta que esté parado
Porque vivir es celebrar cada latido nuevo como otro ganado
Y que sigan pasando los años
Que tu recuerdo bien lo guardo como oro en paño
Que recordarte es revivir y matar al olvido vivo
Que no el daño que revivo al sentir que te extraño

Y con más motivo hoy voy a dar sentido a todo esto
Sentidos nuevos a mis órganos echar el resto
Echarlo hasta que mi corazón tirite y grite mil palabras nuevas
Donde viejas no llegan ni bastan
Hasta que nazca muera, muera y nazca en esta rueda
No viviré a la espera de saber si habrá secuela
Por lo que queda brindaré
Por nosotras dos
Como ese ateo que aunque crea
No cree en el adiós

Brindemos

Deja hueco
Deja duelo
Déjalo
Deja el negro
Deja el velo
Déjalo

Sé que me cuidas y velas por mí
Que miras todo el tiempo
Pero no quiero puntos de mira
Solo de encuentro
Así que cierro los ojos
Y ahí derrites cada invierno
Siempre mío
Sempiterno
Sabiendo que la ausencia que deja dolorido
Es la mejor herencia que te deja un ser querido

Y aunque te hayas ido no me daré por vencido
Porque el mejor ganador convive con lo que ha perdido

No quiero preguntas que me dejen sin respuestas
Ni gritar tu nombre cuando nadie me contesta
Tampoco una vida, aunque sea una resuelta
Recogiendo días, esperando otros de vuelta
Gritaré con fuerza todo lo que he conseguido
Para que por una vez el mundo y tú seáis testigos
Espérame en la meta que aun me queda recorrido
Pero que tu mejor parte me acompañe en el camino.


En cuanto terminó de tocar, lo único que se escuchó en la habitación fue el sonido de alguien sorbiendo la nariz con un claro indicio de haber empezado a llorar, y aquello fue lo que sacó a Amelia de su mundo, porque no se había dado cuenta de que no estaba sola y la imagen de Luisita asomada en el marco de la puerta con lágrimas en la cara fue lo primero que vio al girarse.

– Perdón, no quería interrumpirte.

– Tranquila, no lo has hecho.

Amelia le dedicó una pequeña sonrisa triste y Luisita supo que su hermana tenía razón, la morena sabía afrontar sola los momentos de tristeza sin necesitar a nadie, porque siempre había sido así, y quizás, así seguiría siéndolo.

– ¿Quieres que te deje privacidad?

Ahora Luisita se arrepentía de haber aparecido, porque sentía que sobraba, sentía que se había entrometido en un momento íntimo, una conversación silenciosa entre madre e hija donde ella no tenía lugar. Pero entonces, Amelia negó, dejando la guitarra despacio en el suelo, haciéndole hueco en la cama para que se sentara junto a ella. Luisita no dudó ni un segundo y, en cuanto se sentó a su lado, envolvió a Amelia en sus brazos. En cuando la ojimiel sintió aquel tacto cerró los ojos y suspiró, inspirando todo el aire que estaba aportándole Luisita con su compañía. Se terminaron recostándose sobre el cabecero de la cama hasta que Amelia se acomodó en el pecho de la rubia, escuchando sus latidos, llenando aquel vacío que sentía.

– Lo siento mucho, Amelia.

– Te lo ha contado María, ¿verdad?

– Si, lo que no entiendo es por qué no me lo has contado tú.

Un refugio en ti (#1)Onde as histórias ganham vida. Descobre agora