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— No es para tanto, (...).— Wakasa aprovechó para soltar su largo cabello mientras su pareja atendía su nariz sangrante.
— No paras de sangrar, Wakasa.— Suspiró agotada, ya eran varios días seguidos en los que su prometido llegaba golpeado. A él, no parecía importarle, pero (...) andaba con el estrés y los nervios de punta.
— Estás muy tensa.— Apoyó la palma de su mano en la mejilla de ella, dándole varias caricias con el dedo pulgar, admirando con lujo y detalle cada rincón de su adorable rostro. — Además tienes los párpados hinchados. ¿Haz estado llorando? —
— Me tienes muy preocupada, entiéndeme.— Terminó de limpiar los restos de sangre y rompió con el contacto, levantándose a tirar las gasas sucias al tacho de basura.
— Ven aquí.— Esperó impaciente a que ella lavara sus manos y la cargó en su hombro, llevándola directo al cuarto compartido, dejando su cuerpo encima de la cama con sumo cuidado. — Te haré un masaje y vamos a dormir juntos, sin más preocupaciones, ¿Te parece bien? —
— Wakasa. . . — Él la calló con un beso y con sus manos recorrió lo largo de su torso hasta llegar al borde de su playera.
— Levanta los brazos y date la vuelta.— Ordenó para que todo fuera más fácil. Desnudó la parte superior de su cuerpo y le quitó el sujetador cuando ella ya estaba boca abajo.
— Tienes las manos frías.— Fue una justificación, bastante mala. Cada toque de su novio le provocaba un escalofrío, apretó las sábanas entre sus manos y se mordió el labio inferior por los nervios.
— Siempre haz tenido la espalda muy sensible.— Resbaló su dedo índice por cada vértebra de su espalda, viendo como su querida (...) se retorcía de placer bajo él. — ¿Verdad, (...)? — Cuestionó sobre su hombro y le regaló una mordida a su nuca.