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El hombre abrió el refrigerador y retrocedió un paso, asustado por la visión de la cabeza de su esposa.

—Yo no fui —dijo.

Todos en su familia se miraron, culpables y atemorizados. Nadie dijo una palabra hasta que el pequeño Timmy alzó su flacucho brazo.

—Fuimos mi hermanita y yo —confesó—. Nosotros nos comimos el brazo que quedaba de mamá.

Los adultos se miraron. En su mirada había miedo y resignación. Había llegado el momento de echar suertes otra vez. Alguien tenía que sacrificarse para que el resto de la familia continuara sobreviviendo. 

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