33. Es mucho lío

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Se dirigió a la ventana y la abrió, cerrando los ojos, dejándose invadir por el pequeño golpe de viento que provocó abrirla tan rápido. En cuanto se giró, Amelia le dedicó aquella sonrisa tan tierna que hacía que la rubia se tranquilizara, porque ambas tenían ese efecto sobre la otra. Le sonrió de vuelta y Amelia se volvió hacia el mostrador para seguir haciendo la lista de pedidos que había dejado a medias, sin borrar aquella sonrisa de su rostro. Era la sonrisa más bonita del mundo, pero por primera vez, Luisita había esperado no verla así, porque por una vez, creyó que la ojimiel mostraría verdaderamente sus sentimientos.

La noche anterior, Luisita se quedó en la cama de Amelia mientras la abrazaba y la consolaba hasta quedarse dormida. Fue una sensación extraña, porque no era la primera vez que la rubia era el apoyo principal de la ojimiel, pero sí que era la primera vez que lo sentía tan claro. Cómo Amelia se aferraba a sus brazos como si fueran un salvavidas y dejaba que salieran sus traumas en forma de lágrimas. Realmente Luisita nunca la había visto tan desarmada, tan vulnerable, y fue una sensación que a pesar de saber que estaba ayudándola, la mataba verla así.

Sin embargo, en cuanto la ojimiel por fin se tranquilizó y cayó, no sólo en los brazos de Luisita sino también en los de Morfeo, la rubia disfrutó unos minutos más del placer del silencio que las envolvía, como si el mundo se hubiera pausado sólo para concederle a la ojimiel aquella tranquilidad, y se marchó. Luisita sabía que debía despertar en su propia habitación porque conocía demasiado bien a Amelia y sabía que, a la mañana siguiente, se despertaría con una sonrisa y aquella actitud arrolladora que tanto la caracterizada, haciendo como si nada hubiera sucedido. Como si la noche anterior no hubiera descargado años de maltrato. Luisita siempre vio a Amelia como una persona optimista, pero quizás no era sólo querer ver el lado bueno de todo, sino no querer ni mirar si quiera al malo, porque dolía demasiado. Lo entendía, pero también sabía que aquello no era sano. Sólo ver el lado bueno de la vida no deja de hacer que sólo veamos una parte, sin vivir al cien por cien. Tenía que hablarlo con ella, con mucho cuidado, pero tenía que hacerlo.

– Oye, Amelia, ¿puedo preguntarte algo? – preguntó algo temerosa aunque la ojimiel no se dio cuenta de aquellas dudas.

– Claro, dime.

Amelia seguía de espaldas a ella mirando la libreta de pedidos intentando organizar los encargos.

– Cuando ibas a la asociación, ¿alguna vez hablaste con alguna de las psicólogas?

– Bueno, las saludaba y eso, pero no tenía mucho trato con ninguna por eso no conocía a ninguna de las que me presentaste el otro día, si es a eso a lo que te refieres.

No, no se refería a eso, pero no quería preguntarle directamente porque Amelia parecía que ni si quiera se daba cuenta de lo que le estaba insinuando.

– Ya, y ¿alguna vez has ido a terapia?

Amelia se giró hacia ella con el ceño fruncido y una pequeña sonrisa, como si le acabase de hablar en otro idioma.

– ¿A terapia? ¿Para qué?

Se la quedó mirando y pudo ver en sus ojos marrones la respuesta a modo de preocupación. Suspiró y bajó la mirada. Esperaba que la rubia no sacara el tema al igual que ella nunca había intentado hacerla hablar después de consolarla cuando se tumbaba a menudo en su cama por las noches, cuando le pasaba algo en el colegio, o cuando Bea la atormentó tras su ruptura. Pero no, Luisita parecía querer hablar mientras ella aún se arrepentía de haber bajado tanto la guardia la noche anterior.

– Luisita, siento haberme puesto así anoche, de verdad, no sé que me pasó, pero estoy bien, ¿vale? Te agradezco la preocupación, pero no tienes porqué. Sé cuidar de mí misma.

Un refugio en ti (#1)Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz