29. Siempre con la tuya

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Pero la conocía, y por mucho que a ella le gustaría indagar en aquel tema, sabía que la ojimiel necesitaba hacer como si aquello no hubiera pasado, porque esa era Amelia, la que siempre se mantenía en pie, la que no flaqueaba, la que podía con todo, la fuerte. La que absolutamente siempre llevaba el peso del mundo sobre sus hombros y lo hacía parecer simple, fácil.

- ¡Ey! – ambas se giraron para ver a María jadeante tras subir por las escaleras. – Así qué erais vosotras las que teníais ocupado el ascensor.

- Haber sido más rápida. – respondió la ojimiel bromeando.

Pero María siguió mirándola, estudiándola un poco más, porque ella era la que normalmente iba junto a Amelia todos los domingos a aquella comida, y sabía perfectamente que la ojimiel no se subía en el ascensor y el porqué. María también la conocía y también sabía que Amelia quería ignorar aquello, pero su mejor amiga no pudo pasarlo por alto, así que se acercó a darle un beso en la mejilla como señal de apoyo.

- ¿Y para tu hermana no hay beso? – preguntó la rubia cuando María se separó de su amiga.

- Ay Luisi, de verdad, qué celosa eres.

Luisita se puso roja por el rubor que le provocó aquel comentario y por lo que podría haber pensado Amelia, pero tampoco le dio tiempo de avergonzarse demasiado porque su hermana mayor le cogió de la cara y empezó a repartirle besos sin parar en la mejilla, escuchando como se reía la ojimiel de la escena.

- Vale, vale, lo retiro, para. – dijo intentando alejarla.

Para cuando María la soltó, la puerta de la casa se abrió y las tres vieron a su abuelo mirándolas sonriente.

- Ya decía yo que estaba escuchando a mis charritas, anda, pasar.

Las tres entraron y tras hacer los pertinentes saludos, ayudaron a terminar de poner la mesa y se sentaron a esperar a que estuvieran todos para empezar a comer. Cada domingo era mejor que el anterior, Luisita ya apenas sentía esa ausencia en la mesa tras dos años de relación, cada vez sonreía y hablaba más. Sus padres cada vez se alegraban más de esa ruptura, aunque al principio les preocupó mucho aquella tristeza en la que se me había sumido su hija, pero ahora, el único mal sentimiento que tenían era la culpa por haberle abierto las puertas de su casa a esa chica.

Manolita puso el postre en la mesa y Luisita cogió un trozo de aquel bizcocho de zanahoria que había preparado Marcelino. Podía parecer un acto muy simple, pero todos se la quedaron mirando y ni si quiera ella se dio cuenta de lo que significaba lo que había hecho, porque hacía mucho que Luisita se había prohibido a sí misma comer postre, aunque para ser justos, no era ella la que se lo había prohibido, sino aquel demonio en su hombro que se había pasado dos años susurrándole lo mucho que tenía que controlar su comida. Así que, cuando cogió el bizcocho, aunque todos lo notaron, nadie dijo nada, porque Luisita simplemente le dio un mordisco y siguió tomándose su café tan natural, como si no acabara de romper otra barrera importantísima.

Todo el mundo se quedó en silencio sin saber muy bien que decir, y como siempre, María fue la que intentó normalizar la situación cambiando de tema.

- Oye Luisi, tienes que decirme el horario de la asociación de este mes para hacer los del King's.

Luisita terminó de masticar, pero aquella sonrisa que llevaba todo el día acompañándola volvió a aparecer.

- Bueno, quizás haya otra cosa que influya también en el horario. – miró a Amelia y, ante la atenta mirada de su familia, Luisita se preparó para hablar. – Hemos conseguido la librería.

Su sonrisa no pudo ser más amplia, pero su familia se la quedó mirando totalmente desconcertada. Todos en la mesa sabían a qué librería se refería exactamente, Luisita se había pasado demasiado tiempo fantaseando con aquel proyecto como para no conocerlo, pero eso no explicaba lo que la rubia acababa de decir.

Un refugio en ti (#1)Onde as histórias ganham vida. Descobre agora