La ojimiel se rio de la impaciencia de aquella voz, le recordaba a cuando era pequeña y veía los regalos en el árbol de navidad, nerviosa por abrirlos. Pero incluso antes de que Amelia le contestara, la sonrisa que puso fue tan amplia que, aunque dejaba adivinar lo que diría, para Luisita aquello era imposible de creer.

- Son las llaves de esta librería, pitufa, es hora de que cumplas tus sueños.

Luisita la miró como si le acabase de decir que era un extraterrestre, y después miró las llaves de su mano. Era imposible que Amelia hubiera conseguido reunir todo el dinero que hacía falta para conseguir aquel local. Volvió a mirar a la cara y ahí estaba esa sonrisa de oreja a oreja que la ojimiel ni siquiera intentaba disimular.

- Pero... pero, ¿cómo?

Aunque a Amelia le estaba haciendo mucha gracia su reacción y le gustase jugar un poco más, sabía que en esos momentos, para Luisita aquel tampoco era momento para bromas.

- Tenía algo de dinero.

- ¿Algo? Amelia, sé perfectamente a qué precio estaba esto, y sé que es mucho más de lo que ganas en el teatro.

- Puede ser, pero si hay alguna ventaja posible de ser huérfana, es el dinero de la herencia. Mi madre no tenía mucho, pero si lo suficiente como para comprar este local. Puede que te rías de mí pero... anoche hablé con ella, te lo juro, apareció en mis sueños y me dijo que usara su dinero para hacer algo bueno, y creo que no hay mejor manera de honrar su memoria que crear un refugio para gente como nosotras lo fuimos alguna vez.

Luisita la miró detenidamente y no podía detectar ningún indicio de que estuviera burlándose de ella, aunque, a decir verdad, Amelia nunca podría gastarle una broma de esa magnitud, y la morena tenía razón, aquel era la mejor inversión para el dinero de Devoción. No sabía como sentirse porque aun no terminaba de creérselo, pero una oleada de emoción la invadió.

- Bueno, ¿entramos o...?

Intentó salir del shock en el que había entrado desde que había visto a Amelia a su lado y cogió las llaves de su mano y, aun temblando, la metió en la cerradura y, tras girarla un par de veces, aquella puerta se abrió. Fue casi surrealista, porque Luisita había observado tanto desde el otro lado del cristal aquel local que poner un pie en él fue como si estuviera soñando y, desde luego, no quería despertarse. Ni si quiera se dio cuenta de que Amelia estaba siguiendo sus pasos, ella simplemente entró y empezó a recorrer cada rincón de aquel sitio con sus ojos algo acuosos por la emoción.

- Es que esto es... demasiado.

- Bueno, pues entonces aprovéchalo. Esto es tuyo.

A pesar de haberlo dicho con una sonrisa dulce, la rubia se giró a mirarla con una expresión algo contrariada.

- ¿Mío? Creía... creía que era nuestro.

Y lo último lo dijo casi en un murmuro, por lo que a Amelia le dio un vuelco el corazón por el tono que usó.

- ¿Y qué haría yo en una librería, Luisita? Además, que no sé cómo llevar un negocio, si ni si quiera terminé el instituto.

-¿No terminaste el instituto? – Amelia negó algo tímida ante aquel tono de sorpresa. – Pero yo recuerdo que te graduaste con María.

- Bueno, hice el acto de graduación porque me quedaron solo un par de asignaturas para recuperar en septiembre, pero nunca llegué a hacer los exámenes, sabía que no iría a la universidad así que pensé que era mejor ponerme a trabajar cuanto antes y ya está, para qué perder más tiempo.

- ¿Y mis padres lo saben?

- No, es la única mentira que les he dicho en mi vida, me sentí mal, pero... me moría de la vergüenza.

Un refugio en ti (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora