27. Sacudirse el polvo

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- Lo siento, Mary, se me ha echado la hora encima.

Se metió rápidamente tras la barra y se puso el mandil, saludando a Amelia con una sonrisa, la cual devolvió la ojimiel de la misma dulzura.

- Sabes que no me importa que te retrases, Luisi, pero es que esto es una hora después, si no fuese tu hermana te habría echado hace mucho.

- Pero como lo eres, ¿para qué pensar en suposiciones imposibles? – le dijo guiñándole el ojo.

Ambas morenas se sorprendieron de aquella actitud. Esperaban que, tras el mensaje que recibió ayer de Bea, la rubia estuviera mucho más antisociable, pero no, llevaba una sonrisa puesta como hacía mucho que no la tenía. Y es que ellas no sabían que lo que le pasaba a la rubia es que seguía reuniendo fuerzas para lo que estaba a punto de hacer.

Los minutos pasaron y Amelia seguía sentada en la barra sonriendo ante las tonterías y anécdotas de las hermanas porque, aunque ya llevase casi dos meses ahí, aún tenían mucho tiempo e historias que recuperar. Sin embargo, sus sonrisas cayeron de pronto.

¿Sabéis esas personas que en cuanto entran a una sala, todo el mundo es consciente de su presencia? Que el sitio se ilumina solo por el hecho de esta ahí. Bueno, pues eso es lo que acababa de pasar en el King's con la persona que acababa de cruzar la puerta, pero el efecto producido fue el contrario, todo oscureció, y en cuanto Luisita la vio, le dio la sensación que el aire había desaparecido del lugar. Un escalofrío recorrió por su cuerpo, y volvió a ser consciente de lo mucho que la había temido, quizás más de lo que la había querido. La esperaba, sabía que aparecería, por eso no entendía la reacción de su cuerpo, pero quizás simplemente hay cosas para las que no te puedes preparar. Por unos instantes, sintió que sus fuerzas flaqueaban, pero no, esta vez el miedo no podría con ella.

- ¿Qué mierda hace ella aquí? – interrumpió Amelia sacándola de sus pensamientos, y cuando la miró la ojimiel se estaba levantando de su taburete para ir hacia ella.

- Amelia, no. – la detuvo Luisita.

- ¿Cómo que no, Luisita? ¿Pretendes que después de todo lo que te ha hecho, le deje acercarse a ti? ¿Que me quede aquí con los brazos cruzados, mirándoos?

Porque eso no iba a pasar, Amelia no iba a soportar volver a Bea cerca de Luisita, y mucho menos de haberse tirado toda la noche anterior consolándola mientras lloraba por esa bruja. La rubia se dio cuenta de que Amelia respiraba más rápido de lo normal y su voz emitía una rabia a la que la rubia no estaba acostumbrada, ni la ojimiel misma estaba acostumbrada a sentirse así. Luisita se sintió terriblemente mal, pero por otra parte, le dio más fuerzas aún, porque sabía que para la ojimiel, aquella chica que tenía delante era otro monstruo como Tomás Ledesma, y Luisita combatiría para derrotarlo por ella misma, pero también por Amelia, por Devoción y por todas las personas que nunca pudieron enfrentarse al suyo propio.

- Si, Amelia, eso es precisamente lo que quiero. – y Amelia la miró, costándole creerse aquellas palabras y Luisita le cogió las manos para tranquilizarla. – Necesito hablar con ella y necesito hacerlo sola. Necesito que confíes en mí, y, sobre todo, que creas en mí. Por favor, necesito que creas que puedo con esto, porque por primera vez en mucho tiempo, me siento fuerte y quiero aprovecharlo.

La miró bien a aquellos ojos marrones enormes y vio la necesidad que tenía la rubia de querer romper sus propias cadenas, y de ser ella quien alce la voz y el vuelo sin ayuda. Y era lo que merecía, Luisita merecía mandarla a la mierda por ella misma.

- Está bien, estaré aquí, ¿vale? – y le apretó las manos en señal de apoyo.

- Estaremos. – interrumpió María haciendo que ambas se sobresaltasen y soltasen sus manos, por un momento se les había olvidado donde estaban.

Un refugio en ti (#1)Where stories live. Discover now