Treinta y dos

19.7K 2K 348
                                    

Narra Oliver.

Miro nuevamente mi reloj para ver que ahora van diez minutos luego de la hora. No quiero mover mi pie en señal de desesperación y apuro, pero me es inevitable, y más cuando la pareja sentada frente a mí no deja de discutir.

—¡Yo no quiero usar juguetes sexuales! —exclamó el chico de ojos claros, su cara estaba roja de molestia.

—Eres mi esclavo, así que cierras tu preciosa boquita y obedeces —refutó el de ojos oscuros, señalándolo en señal de superioridad.

—Ah, pero no quieres que cierre el culo ¿Verdad? —él se levantó del asiento y yo contuve la respiración, anhelando que quisiera irse— Mire señor, con todo respeto, mámese un huevo y no va a ser el mío.

—¡Samuel…! —exclamó enojado, pero el chico no lo dejó terminar y salió con pasos fuertes y rápidos del consultorio. El hombre me miró y suspiró derrotado— Volveremos la otra semana, doctor.

Yo asentí.

—Solo tiene que pedir una cita señor O’donnell.

Él se puso de pies y salió rápido, yendo detrás de su pareja, aunque por lo que había escuchado era algo por conveniencia o un pago de deudas.

Cada día se veía algo distinto.

Me levanté, arreglé lo necesario en el escritorio y me llevé lo demás en mi portafolios. Iba casi veinte minutos tarde a buscar a mi hija al colegio, a pesar de saber que ella no estaba en peligro, no me gustaba hacerla esperar. Salí cerrando todo adecuadamente y pasé junto a Kumiko, mi secretaria.

—Hora de irnos —anuncié.

—Uf, creí que serían tres horas más —ella salió de su escritorio y se enganchó su bolso escolar al hombro—. Ellos pelean más que mi gato y el perro del vecino.

Yo sonreí asintiendo. Kumiko siempre tenía algo que decir para cualquier situación, a pesar de tener diecisiete años era demasiado madura e inteligente y por eso la había contratado, con su requerido permiso por supuesto. Recuerdo el día que llegó a mi consultorio, a penas estaba comenzando, estaba asustado y sin saber qué hacer, pero ella llegó y me dijo: mira, tú necesitas una secretaria y yo necesito trabajo, tú me pagas cuando puedas y yo trabajo cuando salga del instituto.

Entonces le di trabajo.

Y ella había aprendido tanto como yo.

—Andrómeda debe estar ansiosa —mencioné mientras entrabamos al auto y empezaba a conducir.

—Ansioso estás tú —rebatió—. La nena debe estar observando a los chicos mayores que ella para ver sus actitudes y saber lo que debe y no debe hacer. A veces me sorprende su inteligencia.

—Eso es genial viniendo de alguien inteligente como tú —alagué.

—Es que esa niña tiene cinco años y ya está en primer grado —me daba mucha risa cómo se expresaba con el rostro—. Eso es otro nivel de inteligencia, cuando yo tenía cinco años solamente sabía leer y escribir, ella se sabe las tablas de multiplicar y se sabe corregir a sí misma.

—Ella… siempre está leyendo cosas, simplemente toma una revista y luego me dice: oye papi ¿Sabías que “hacer” se escribe con H? También, oye papi ¿Sabías que se dice náusea y no náuseas? Y entonces creo que tiene un don de aprender, porque siempre está haciendo eso.

Kumiko suspiró sonriendo y asintió un montón de veces.

—Ella es absolutamente genial. Creo que deberías dejar que hagamos otra noche de chicas, quiero contarle acerca de mi nuevo amor.

Descúbreme ✔️Where stories live. Discover now