—Ruégamelo.

Dios.

—¡Por favor! —supliqué, sin aliento.

Me cazó del cabello empapado con su enorme mano y me echó la cabeza hacia atrás, y con un rápido movimiento me metió la punta de su miembro en mí interior con brusquedad, haciéndome gritar.

Él, cómo respuesta, abrió su boca contra mí cuello. Dios mío, sus labios sobre los míos son una delicia y cada penetración se siente como tocar el cielo con las manos.

—¡Ay Max! —gimo, con los ojos cerrados, extasiada por cada embestida.

Jalo su cabello mientras me la mete con gran insistencia y puedo oír cómo gruñe contra mi cuello húmedo. Su respiración contraída me excita más y mí insistencia porque me la meta más adentro no tarda en aparecer.

—Así me gusta, que estés completamente mojada para mí y que yo provoque toda sensación gloriosa para ti —carraspea, posesivo, mientras me apreta más los muslos y con gran esfuerzo me la mete más adentro.

Grito, excitada y mi cuerpo se contrae. Cómo castigo, con uno de sus dedos comienza acariciarme la punta del clítoris y aquello me vuelve loca, sin importarme que se me escapen algunos gritos contra su oreja. Le clavo los dientes sobre el hombro, quiero todo de él. Quiero que aquello no termine, pero ya estoy sintiendo que estoy a punto de llegar al orgasmo por sus insistentes caricias sobre mis partes íntimas, humedeciéndome más, lubricándome más y queriendo de todo de él.

Me empieza a penetrar más fuerte, más duro y cada embestida hace ruido por el choque de nuestras pieles mojadas. El agua de la ducha nos calienta más.

—Acaba conmigo, babé.

—¡Sí, sugar!—gimo contra su oreja, con mis brazos rodeando su cuello y apretándolo contra mí.

Me derrito completa cuando sus dientes hincan sobre uno de mis pezones y los muerde con insistencia. Ay mi Dios.

—¡Vamos bebé! —exclama Max, entre dientes y aumentando el ritmo.

Mi estómago y mis partes parecen prenderse fuego cuando en mi interior gana el placer y estallo, alcanzando el clímax y soltando un corto y sonoro gemido.

Max alcanza el orgasmo y retira su miembro rápidamente con la intención de no acabar adentro mío.

Antes de que él pretenda limpiarse con el agua de la ducha. Lo detengo con una mano en el pecho y me agacho a la altura de su pene.

—Dios mío—jadea cuando me meto el miembro en la boca para succionarlo y limpiar el semen con mi lengua.

Le sonrio, picara y él me mira con lujuria.

—No puedes hacerme esto, me volverás loco y te burlas de mí con una sonrisa—me dice, agitado, enredando sus dedos en mi cabello y apretándolo.

Chupo su miembro cómo si se tratara de una paleta mientras lo miro desde abajo, con mis ojos pegados a los suyos. Lo saco de mi boca.

—Ya que estás allí, lávame el cabello—le ordeno.

Con las piernas temblándole y con los labios separados, asiente, embobado. Toma el pomo del acondicionador, coloca un poco del contenido blanco en su mano y luego comienza a pasarlo en las puntas de mi cabello que ya pasa los hombros, con tanta suavidad que me relaja. Y así está un buen rato.

—Eso es—lo felicito, con una sonrisa a medias y con una ceja arqueada.

—Por ti mi reina, lo que sea.

No te enamores de Ada Gray (Libro 1 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)Where stories live. Discover now