· V e i n t i n u e v e ·

Comenzar desde el principio
                                    

—Luego saldremos a pasear, caminando sobre el famoso puente que hay frente a la estación, y con tiempo de perdernos por Venecia antes de parar a cenar en ese restaurante con tan buenas reseñas.

—¿Y qué hay de la tienda de helados? —Preguntó Chiara, casi saltando sobre su sitio.

Sonreí hacia ella. Siempre que iba a Venecia, para allí.

—Podremos tomar uno a la vuelta todos los días —completé—. Lo que me lleva... al día siguiente nos levantaremos a las ocho para poder tomar el barco de las nueve que va a Burano. Después visitaremos Murano y podremos regresar para el almuerzo, teniendo la tarde entera para ver Venecia.

Tanto Angelo como Chiara parecían contentos con mi plan... pero Jax carraspeó, como si algo le molestase.

—¿Y si nos queremos dejar llevar? —Propuso, levantando sus ojos hacia mí.

Casi podía oler las dobles intenciones en su pregunta.

—Entonces déjate llevar —repliqué con acidez.

Una sonrisa tiró en sus labios y alejó la cabeza de la pared, donde reposaba tranquila.

—Me encanta dejarme llevar cuando la otra persona también quiere.

Angelo y Chiara guardaron silencio con incomodidad, y yo recogí mi mapa con los sitios y horarios, negándome a mirarlo y analizar sus segundas intenciones.

Si quería guerra no la tendría conmigo.

Aunque mi imaginación no dejaba de recordar aquel momento que habíamos compartido.

El roce de la pared contra mi espalda.

El peligro de ser descubiertos.

La sensualidad de una segunda vez.

La sensación de él meciéndose en mi interior.

—Tengo ganas de probar el Spritz en Venecia —comenté, cambiando de tema de forma drástica.

Angelo comentó que estaba rico pero muy dulce, y la conversación derivó a la comida, después el tiempo, los estudios... y las horas cuatro hora de viajes pasaron entre risas, bocadillos compartidos y algún que otro momento incómodo.

Una parte de mí imagino que hubo intercambio de miradas entre Chiara y Jax, pero no supe si lo había imaginado en realidad.

Llegamos a Venecia sobre las cuatro de la tarde. Angelo nos condujo durante diez minutos, en los que buena parte del tiempo estuvimos dando vueltas, hasta el apartamento de su amigo.

Un vecino tenía las llaves, y cuando entramos encontramos un piso con instalaciones muy viejas y muy pequeños, pero no podíamos quejarnos. Venecia era muy caro y poder estar allí, simplemente, era increíble.

Aquel lugar apenas tenía un salón que se unía a la cocina y a la habitación con un sofá cama, y un baño. El amigo de Angelo fue amable al dejarnos un colchón hinchable.

En seguida dijimos que Angelo y Jax dormirían en él, y Chiara y yo nos quedamos con el sofá cama. Cedimos a jugárnoslo a un "piedra, papel, tijeras", pero obviamente nosotras ganamos.

Salimos a pasear, perdiéndonos por los callejones de Venecia, y luego cenamos en el restaurante que yo había escogido.

Fue increíble y tuvimos que frenar a Jax cuando insistió en ir a hablar con el camarero para pedirle la receta de la pasta a la vongole.

Paramos a por un helado de los que Chiara quería frente al río y miramos las barcas pasar, llenas de luces, llenos de viaje, de Venecia. Me acerqué al agua mientras ella y Angelo hacían fila.

Una Perfecta Oportunidad © 30/03/2023 EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora