- Te está pegando, ¿verdad? – dijo sin hacer ningún caso a lo que acababa de escuchar.

- ¿Perdona?

- Bea te pega. Por eso estás aquí, ¿no? Porqué si no. – en su cabeza seguía avanzando ese tornado sin importar lo que le dijera la rubia

- Mira, esto es lo que me faltaba por escuchar. – dijo totalmente indignada.

Pero Amelia ya no la oía. Su mundo se había desmoronado por completo al pensar que la rubia estaría pasando por lo mismo que ella pasó, y entonces, todos aquellos recuerdos que tanto había bloqueado volvieron. Volvieron los gritos, los llantos de su madre, sus súplicas porque no las tocara, los golpes, las heridas, los insultos, las vejaciones, la sangre. Todo volvió y aquellos recuerdos empezaron a ahogarla, notando como cada vez más le faltaba el aire.

Luisita se dio cuenta de que Amelia ya no la miraba, sino que tenía la mirada perdida y su respiración era cada vez más acelerada. Sabía qué estaba pasando, había estudiado psicología y sabía identificar perfectamente un ataque de ansiedad, además, desgraciadamente lo había visto muchas veces en aquella asociación.

- Mierda, Amelia. Tranquilízate.

Pero la morena no escuchaba, sólo oía las palabras de su padre como si todavía se las estuviera gritando al oído. Luisita sabía que si no paraba aquello podría derivar en un ataque de pánico, así que decidió actuar rápido. Le cogió de la mano y se la llevó a los lavabos que no estaban a más de dos metros, para tener más intimidad y poder calmarla. Una vez dentro, la respiración de la morena estaba cada vez más descontrolada y tenía los ojos cerrados con fuerza. En esos momentos, a Luisita se le olvidó completamente que seguía enfadada con ella. Lo único que quería era ayudarla.

- Amelia mírame. – no quería tocarla porque sabía que, más que tranquilizarla, podría ocasionar el efecto contrario, pero la ojimiel seguía con los ojos cerrados. – Amelia, por favor, mírame. – dijo en un tono mucho más suave.

Algo en aquella voz la sacó de sus pesadillas lo suficiente como para abrir los ojos y vio como aquellos ojos marrones la miraban con demasiada preocupación.

- Eso es. – y en la cara de la rubia se dibujó una sonrisa aliviada y sincera. – Ahora vamos a respirar juntas, ¿vale? – su voz solo transmitía calma, a pesar de toda la angustia que estaba viviendo al ver a la ojimiel así. – Vamos a coger aire y lo vamos a sostener hasta que yo cuente hasta tres, y después lo soltamos despacio, vuelvo a contar hasta tres y cogemos otra vez aire, ¿me escuchas? Sigue mi voz.

Amelia simplemente asintió mientras intentaba controlar la respiración.

- Venga, coge aire. – esperó a que llenara los pulmones, sosteniéndolo. – uno, dos, y tres. – y la morena lo soltó tal y como se lo había indicado, y una vez vaciada, Luisita volvió a contar. – Uno, dos, y tres.

La morena se centró en aquellos ojos marrones. Los había mirado cientos de veces durante los años y siempre había notado que en ellos había una luz que no había encontrado en ninguna otra mirada. Te calentaba y te abrigaba solo con mirarte, como si sus pestañas te abrazaran. La angustia volvió cuando pensó en que aquella luz se estuviera apagando por estar viviendo en un infierno como lo hizo ella, no soportaría pensar que Luisita estuviera pasando por algo así.

La rubia repitió ese proceso hasta que notó como Amelia volvía en si.

- ¿Por qué llevas un jersey de cuello vuelto? – preguntó la morena de pronto.

- ¿Qué? – Luisita no estaba entendiendo el cambio de tema.

- Mi madre llevaba cuello vuelto para ocultar los moretones.

Un refugio en ti (#1)Where stories live. Discover now