Cuatro: La cena

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           ¿Alguna vez les han preguntado con quién tendrían una cena si pudieran elegir a cualquier persona del mundo? Porque mi respuesta a los cinco años fue el Capitán América, cosa que mi padre odió. Cualquier niña de esa edad podría contestar Selena Gómez, los Backyardigans o incluso Barbie. Pero yo nunca fui una niña con una infancia normal. A mis cinco años yo no jugaba con muñecas, jugaba con figuras de acción que vendían en la sección de niños. Steve para mí era un héroe del que hablaban en las clases de historia, un personaje ficticio en los antiguos cómics y miles de cosas más, excepto una persona real.

            Era 2002 cuando tenía cinco años y jamás pensé que a mis catorce podría ver cómo descongelaban al héroe de mis juegos de infancia. Ni siquiera recordaba haberlo admirado tanto a mi corta edad, pero cuando me senté frente a él en la cena no evité soltar una risita que desconcertó a todos en la mesa. Mi padre se había sentado entre Steve y yo en la cabecera y los demás se encontraban a mi lado y a lado de Steve.

—Ustedes no dicen las gracias ni nada de eso, ¿verdad?— preguntó Nat, que se había sentado a mi lado. Nos miró a todos preocupados y fruncí el ceño.

—Claro— dije y le ofrecí mi mano. Me miró aún más preocupada y tomó mi mano dudando un poco. Mi padre me siguió la corriente y me regaló esa sonrisa malévola que compartíamos cuando estábamos a punto de hacer una broma. Steve y él se tomaron las manos incómodamente y cerraron los ojos.

—Empieza tú, querida— dijo mi padre muy cordialmente y me aclaré la garganta.

—Le agradecemos a satanás por esta maravillosa comida— una risita sonó en el fondo de la mesa y todos se soltaron las manos.

—Tenía que ser una Stark— dijo Clint ladeando la cabeza y tomando su tenedor.

—No se juega con la religión niña— dijo Steve seriamente. Jamás me había preguntado si alguno de ellos tenía una religión, pero supuse que él era católico. Suspiré fuertemente, pensando que seguramente acababa de ser grosera con ellos. Miré a mi padre y me guiñó un ojo para después comenzar a comer.

—¿Qué tal las instalaciones?— preguntó Tony intentando romper el silencio incómodo que se había creado y Nat y yo nos volteamos a ver sonriendo.

—Creo que deberías de hacer un buzón de quejas del lado derecho del pasillo— le contestó Nat sirviéndose verduras en su plato.

—Oye, ustedes tienen un baño para ustedes solas. Nosotros somos cuatro— le contestó Clint enfadado.

—La verdad es que mi privacidad es importante para mi estado emocional, Tony— añadió Bruce mirando su plato con tristeza. Cuando lo dijo, todos lo vieron preocupados. Ni siquiera había pensado en ello, pero tenía razón. Al final, Bruce necesitaba tener tranquilidad más que cualquiera de nosotros.

—¿De qué hablas? Tienes un baño en tu habitación— le contestó mi padre y todos voltearon a verlo impresionados. En ningún momento se había mencionado aquello, pero se me hacía impresionante que hubiera un baño en su habitación y que él jamás la hubiera visto. ¿Qué tan despistado tenías que ser para no ver un baño?

—Pensé que era una puerta para entrar a la habitación de Steve— dijo Bruce y Clint comenzó a reír fuertemente. Todos nos unimos a su risa y Bruce se hundió en su silla.

—La verdadera pregunta aquí es, ¿por qué pondría una puerta en tu habitación para entrar a la de Steve?— preguntó mi padre seriamente, pero nada bueno pasó por mi mente. Reí más y en cuanto todos entendieron, rieron más fuerte.

—Bueno, también deberías de darle televisiones a todos— le dije entre risas y frunció el ceño negando con la cabeza.

—No voy a pagar por todo, esto no es una caridad— miró a todos y ellos le evadieron la mirada.

The Lethality Behind the FlowerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora